El miércoles a la noche, en A dos voces, Felipe Solá, candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires y seguramente uno de los políticos que mejor la conocen, escuchaba a María Eugenia Vidal perorando sobre su visita al escenario de las inundaciones por razones de solidaridad. Durante el día, la televisión había mostrado a Vidal, equipada con altas botas de lluvia, imagen de un clip periodístico o publicitario. Cuando le tocó su turno (estaban en mesas separadas, por supuesto), Solá explicó las inundaciones, enumeró con precisión las obras que se hicieron cuando él fue gobernador y las que falta hacer. No aprovechó de manera rastrera la ausencia de Scioli, pero se refirió directamente a María Eugenia Vidal: “Odio a los políticos con botas”, dijo. Es evidente que una inundación no se combate chapoteando barro, sino organizando la urgencia. Scioli estuvo ausente. A Solá le irritó el oportunismo de Vidal tanto como la defección, que quizá el electorado no olvide, de Daniel Scioli. En un aspecto, Felipe Solá puso las cosas en su lugar. Es despreciable que los políticos se conviertan en turistas de un desastre con el objetivo de rastrillar votos.
Sin embargo, quizá Solá perdió de vista que hoy la política es así. Tanto Scioli como Macri sostuvieron su campaña en la reiteración de una frase: “escuchar a la gente”, “codo a codo con la gente”, como si el gobierno consistiera en pasearse por los suburbios para ver de qué se trata la cosa. ¿No lo saben? ¿No tienen informes de campo? ¿No leen investigaciones? ¿Tienen necesidad de estrenar las botas para saber que la provincia de Buenos Aires se inunda? ¿Tienen necesidad de que los vecinos les digan que sufren inseguridad o que sus condiciones ambientales son deplorables?
La demagogia populista de la fórmula “escuchar a la gente” marca el nivel de mediocridad de la política. Las soluciones deben incorporar un saber sobre la gente, y cuanto más participen los diferentes sectores serán más democráticas: consejos vecinales, comisiones que supervisan la actividad de la policía en el barrio, grupos que se comunican fácilmente con las autoridades sanitarias o educativas, juntas de delegados y asambleas de representantes en el territorio. Eso es escuchar a la gente, salvo que se tenga una visión ingenua o hipócrita.
Otras expectativas. Todo esto sirve para pensar algunos aspectos de las PASO. Probablemente los lectores recuerden que, cuando comenzó la campaña, hice público en este diario mi apoyo a la candidatura de Margarita Stolbizer. Sin expectativas desmesuradas, de todos modos, era verosímil estimar que los resultados de su lista podían ser mejores.
No sucedió. Y hay que buscar algunas explicaciones que pasen por alto la polarización, que tampoco fue evidente ya que Scioli obtuvo poco más de 8 puntos que el trío Macri-Sanz-Carrió, que, a su vez, obtuvo poco más de 9 sobre Massa y De la Sota. Sería cómodo y tranquilizador evocar las máquinas territoriales y publicitarias de las que careció Stolbizer. Es cierto que estuvo a mano la plata de la provincia y de la ciudad de Buenos Aires para usar como si fuera bien mostrenco, tal como hicieron a destajo Scioli y Macri con idéntica constancia y aplicación.
Sucedió también que no hubo un 10% de votantes que estuvieran interesados en una alternativa progresista de corte socialdemócrata. Y ni siquiera sumando los votos obtenidos por todas las líneas trotskistas se llega a ese porcentaje para la izquierda. Hay que preguntarse entonces cómo surgen esas variantes hoy, no cómo surgieron cuando, en 1980, se fundó el PT que, bastante rápido, en 1985 y 1988, obtuvo los municipios de Fortaleza y San Pablo. Tampoco aplica al presente la experiencia del Frente Amplio en Uruguay. Estamos en otra era geológica.
Despejar primero la cuestión de la destrucción del frente que formaban la UCR, el Partido Socialista, la Coalición Cívica y el GEN. Fue dinamitado por Elisa Carrió y los escombros los barrió Ernesto Sanz en la convención de Gualeguaychú (si a Sanz le sirve para ser jefe de Gabinete de un posible gobierno PRO, que le aproveche). Pero sería injusto atribuir todas las responsabilidades al estallido de ese acuerdo electoral.
El Partido Socialista de Santa Fe persistió en el frente con Stolbizer, de una manera políticamente conservadora: alegó que, como sus aliados en la provincia eran los radicales, no podía llevar a Stolbizer como cabeza de la boleta en la que Hermes Binner iba de candidato a senador. Así les fue: salieron cuartos en la provincia que gobiernan. No jugaron por nadie y pocos jugaron por ellos. El ahorro y la prudencia no siempre llevan a la victoria.
Pero no fue solamente eso. No hubo en la sociedad sectores predispuestos a escuchar el mensaje de Progresistas, que llevaba como consigna Igualdad y Decencia. No hubo impulsos que, desde fuera de la política o desde la periferia de la política, conectaran con la candidatura de Margarita Stolbizer. Justamente en las PASO, momento de libertad, pocos quisieron ejercerla.
En América Latina, las nuevas alternativas fueron encabezadas por liderazgos carismáticos como el de Evo Morales y Rafael Correa. Nadie quiere hoy ese tipo de liderazgo en Argentina, pero entonces ¿qué? El mediano plazo no puede ser una promesa que se extienda por décadas. Sin embargo, mientras no exista algo en la sociedad (en las capas medias, en los jóvenes, en los intelectuales y artistas) que exprese la necesidad de un giro progresista e igualitario, mientras su expresión, en sectores de la juventud o del trabajo, sea solamente el ceremonial ideológico del trotskismo o el kirchnerismo de estos años que terminan, será arduo pensar en una alternativa.
Los políticos no son altoparlantes de la sociedad, pero tampoco pueden inventarla. La tradición progresista consiste en vincularse con los jóvenes y con los que protestan. Eso hacen los trotskistas, y Nicolás del Caño demostró que produce una diferencia. El progresismo no puede buscar el votante abstracto, sino conectar ese mundo confuso, donde hay descontento y rebeldía. Por eso, más que desentenderse del asunto, habrá que pensar qué sucedió, sin apoyarse en las razones fáciles.