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HOMBRE DECENTE

¿Qué perro te gustaría ser?

Recuerdo. Sábado. Parque Lezama. Sin apuro, entibiado por el sol, ibas camino de echarte abajo de un árbol a soñar tu sueño de morir al margen, decente y tranquilo.

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Recuerdo. Sábado. Parque Lezama. Sin apuro, entibiado por el sol, ibas camino de echarte abajo de un árbol a soñar tu sueño de morir al margen, decente y tranquilo. Harto de pasado, de todos los ismos, de una semana más de Baéz, de López, de Jaime, de Boudou, de Moreno, de Ruckauf, de Scioli, de Urribarri, de Solá, de los que no se hacen cargo de nada, de las mafias, de ver morir pibes por un celular, de pedir justicia, justicia, justicia, de Cristina, de Víctor Hugo, de Navarro, de los mercenarios que ejercen de periodistas, de los tipos que todavía, además, hablan. Harto de amenazas, de asesinos, de “barras”, de la cana, de impresentables, miserables y canallas. Harto de todo.

Pensando en nada, esperabas que cortara el semáforo, cuando una bandita de cinco perros vagabundos se detuvo a tu lado. Con luz verde, avanzaron a tu paso como si comprendieran que necesitabas compañía. Flacos, encajaban uno en las costillas del otro. Ocres, negros, manchados, heridos. El pelo opaco, seco. Al trote, parecían viajeros del tiempo que regresaran, cubiertos de polvo, a cobrarse una afrenta o una recompensa.

En silencio, entraron al parque y comenzaron a subir la loma por uno de los caminos interiores. Desde arriba, bajaban, cuerpo a cuerpo, otros siete perros. Las orejas largas, el pelo brillante, los colores vivos, reunidos todos por las correas que un muchacho retenía con esfuerzo en un puño. Se encontraron, se miraron, se olfatearon. Los vagabundos, de perfil, con cierto recelo. Los otros jadeaban, excitados. El muchacho hizo sentir su autoridad, tiró de las correas y obligó a seguir camino abajo a los que tenía bajo control. Los perros vagabundos volvieron las cabezas y se quedaron mirando unos segundos. Enseguida, decididos, retomaron el trote. El muchacho fue a atar a los otros a la columna de un farol, se sentó en un muro bajo y se quedó mirando su celular sin prestar atención a otra cosa.

Te descalzaste y echaste, al fin, bajo tu árbol. Vaciaste y llenaste los pulmones de aire y placer. Dejaste caer los brazos a los lados del cuerpo. Acariciaste pasto y tierra con las yemas de los dedos. Cuando te entregabas ya a tu sueño de morir al margen de todo, decente y tranquilo, uno de los perros sujetos a la correa, sentado sobre sus patas traseras, te sobresaltó con una serie de monótonos lamentos. Como de perro que siente la ausencia. Y te quedaste despierto, mirando los ojos de perro que te miraban. Desde entonces, la imagen vuelve, recurrente, a preguntarte: ¿Qué perro te gustaría ser?

¿Uno de pelo lustroso, bien cepillado, con agua limpia para beber y la comida esperando en el plato, al que sacan de paseo junto con otros sujeto a la correa de una ideología autoritaria? ¿El subsidiado, el de planta permanente que recibe caricias en la panza y un hueso cuando hay asado? ¿Uno al que le revisan los dientes y le cuelgan una medalla en el collar con su nombre y la dirección del sindicato?

¿O uno de los otros, de los que deambulan sueltos, solitarios, por la ciudad? ¿Un vagabundo sin destino fijo ni verdades absolutas que defiende el territorio de su libertad a dentelladas? ¿Ese “busca” que anda a la caza de hembras y comida, el que no sabe cuándo ni dónde acaba el día, el que teme, el que acecha, el que bebe de la zanja, el que espera, el que se acerca y se aleja cuando quiere? ¿Uno o el otro? No hay perros en el medio. ¿Cuál?

Como si apuntaras en la servilleta de un bar, con los ojos cerrados, deseabas: “Abrazar, mirar cómo duermen, serenos, tus hijos, andar, saludar a los vecinos, dar una mano ahí donde se pueda, tomar café con los amigos, beber una copa, ver películas, la lluvia detrás de la ventana, la gente pasar, leer, escribir, escuchar música, Messi, el fútbol, el juego, el parque, la risa de los pibes, un barrio, un país como una casa con hermanos, morir decente y tranquilo, ¿qué más?”.

El perro que aullaba se soltó de la correa y vino a mostrarte los dientes. Cito a John Le Carré: “Hay que tener temple de héroe para ser, sencillamente, un hombre decente”. En el sueño, le preguntabas: “¿Y vos, qué perro elegiste ser?”.

*Periodista.