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¿Qué sucede con la democracia en América Latina?

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Brasil y Perú. Fanáticos destruyen símbolos de instituciones y multitudes desconocen gobiernos. | cedoc

Intentos de autogolpe, decretos para disolver el Congreso, presidentes interinos e inestables, mandatarios con bajos niveles de aprobación, la irrupción de candidatos antidemocracia y asaltos a órganos claves de la vida republicana, son algunos de los fenómenos que hemos observado en los últimos años en la región. En esta línea, el ataque perpetrado a los tres poderes políticos brasileños por parte de militares y fanáticos bolsonaristas a principios de este mes, sumado a lo que sigue aconteciendo en Perú, nos lleva irremediablemente a preguntarnos: ¿Qué está sucediendo con la democracia en América Latina? 

Los politólogos y académicos Daniel Ziblatt y Steven Levitsky (2018) lo dicen muy claramente en su libro Cómo mueren las democracias: “ya no hace falta un golpe militar para debilitar o destruir una democracia, sino que hoy esta forma de gobierno puede resquebrajarse por muchas otras maneras. Entre ellas, por líderes autoritarios que llegan al poder a través del voto y que, durante su gestión, van subvirtiendo las instituciones democráticas mientras conforman varios grupos de movilización ciudadana incrédulos con la democracia y capaces de amenazar las instituciones republicanas tradicionales. Dicho de otra manera: la democracia hoy puede destruirse desde adentro.”

Con los recientes acontecimientos en Brasil, sumado a otros episodios de la región que parecen aislados, pero no lo son, las palabras de Levitsky y Ziblatt parecen tomar aún más sentido. Hoy estamos atravesando un doble fenómeno que se retroalimenta entre sí: una pérdida de calidad democrática y un mayor descontento ciudadano.

América Latina parece estar inserta en un círculo vicioso que si bien no es inédito, sí puede representar un llamado de atención. Por supuesto que es fundamental remarcar que los procesos y las características inherentes a cada estructura social varían de país en país, pero a pesar de sus diferencias, podemos encontrar algunos elementos en común, tal como sucedió en Chile, Colombia, Ecuador y Perú.  En estas naciones, y en otras también, los aparatos administrativos no logran ser eficientes ni garantizar las demandas de una ciudadanía cada vez más polarizada y exigente. Los partidos políticos como instituciones claves de la democracia, y como históricos inhibidores de líderes autócratas, tampoco pueden capitalizar dichas necesidades. Esto genera que la representación partidaria en el Congreso esté conformada por bloques legislativos cada vez más fragmentados. Así, el presidente tiene que enfrentarse a un Congreso partidariamente desmembrado, situación que puede provocar bloqueos legislativos. Ante esta posible paralización de la gestión la ciudadanía empieza a cuestionar la democracia como forma de gobierno y así emergen candidatos fuera de la arena política que, en muchos casos, llegan al poder (o están al borde de hacerlo) desprestigiando esa misma democracia que los sostuvo políticamente. Cuando esto efectivamente sucede, ese nuevo presidente asume su mandato ungido por una ciudadanía desencantada de todo lo anterior que deposita en este nuevo dirigente todas las expectativas que la democracia hasta ahora no supo cumplir. Sin embargo, al llegar al poder, este presidente se encuentra, nuevamente, con una sociedad polarizada y un sistema de partidos tan fragmentado que le es imposible cumplir sus diversas (y a veces incompatibles entre sí) promesas de campaña. Así, su aprobación comienza a sufrir un espiral descendente que parece nunca terminar. En paralelo, la polarización y el desencanto llevan a aumentar cada vez más la violencia, la radicalización de los discursos, el desprestigio de las instituciones y la desconfianza en la democracia ya no solo como forma de gobierno sino también como ideal y como sistema de representación. 

Y si bien hechos como los que sucedieron en Brasilia el fin de semana pasado ya no ocurren con la misma frecuencia desde hace 40 años y las interrupciones democráticas en América Latina pueden ser contadas con los dedos de una mano, el asalto a los poderes políticos no sólo supone una profunda herida a la buena salud democrática sino que también es la visibilización de la cara más radical del descontento y la frustración.

Así, en una región que vivió tantas décadas bajo gobiernos de facto, hoy está creciendo un índice muy preocupante: el de la indiferencia a la forma de gobierno. Concretamente, a uno de cada cuatro latinoamericanos le da lo mismo vivir bajo una democracia o una dictadura. ¿Pero por qué sucede esto?

En primer lugar, por un deterioro institucional que, como mencionamos, llevó a una frustración de la ciudadanía con la clase política y con la democracia. De hecho, las últimas manifestaciones sociales, ya sea contra gobiernos de izquierda o de derecha, tienen como componente en común una ciudadanía que salió espontáneamente a las calles con consignas muy diversas, pero con un discurso transversal: poner en tela de juicio la legitimidad de ejercicio de la clase dirigente. 

Asimismo, y vinculado con el factor anterior, la ya mencionada polarización ideológica no solamente enfrenta a la sociedad en posiciones incompatibles entre sí, lo que genera que sea imposible para los presidentes gobernar dejando a una cierta mayoría conforme, sino también magnifica los extremos del espectro ideológico. Así, la moderación y la realización de políticas de Estado se tornan completamente irrealizables. Esta paralización de la gestión tiene como consecuencia que la ciudadanía sienta una mayor distancia con sus representantes, todo lo contrario a lo que una democracia real debería ser. 

Sin embargo, los motivos de este declive democrático no sólo responde a variables institucionales. La lenta recuperación pospandemia sembró dudas acerca de las capacidades estructurales que la región tiene para afrontar una crisis de tal magnitud ante una posible merma de la liquidez proveniente de China. De la misma manera, los últimos años han generado un aumento de la pobreza, el desempleo y el empeoramiento de la calidad de vida de un sector clave en la moderación y el bienestar social: la clase media.

*Licenciada en Ciencias Políticas (UCA), Investigadora del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA). Docente de América Latina en la Política Internacional.