César David Pereira Villegas era un joven valiente. Un joven valiente en un país donde no escasean jóvenes valientes. Nació en Caracas en 1996. Vivió sus primeros años en la urbanización El Paraíso, junto a su madre y sus abuelos, y a los dos años se trasladó a San Antonio de los Altos. En 2007, su familia se mudó a Puerto La Cruz, la ciudad más turística del Estado Anzoátegui, al oriente de Venezuela. En una ciudad cercana, Lechería, estudió hasta tercer año del Bachillerato, y se egresó del Liceo Doña Menca de Leoni. Estudio Relaciones industriales en el IUTIRLA y Derecho en la Universidad Santa María. Era un buen estudiante y le gustaba los deportes: jugó tenis, béisbol y fútbol. Era alegre, rumbero, carismático y amiguero: tenía amigos de todas las edades y condiciones sociales.
Todo esto me contó su madre, Zulimar Villegas, en una lluviosa tarde en Caracas.
Todo esto me contó su madre. Y me siguió contando.
Me contó que César, desde muy joven, soñaba con ser Alcalde de Lechería. Me contó que a los 13 años le pidió sus permisos legales para trabajar embolsando en un supermercado chino. Me contó que a la par de los chinos se encontraba un comando de Campaña de Voluntad Popular, el partido de Leopoldo López, y no pasó un año y César estaba metido de lleno en política. Me contó que César como activista era el mejor: que había participado de varias campañas electorales, y que en épocas de protesta movilizaba a sus compañeros en clases para que salieran a marchar.
Pero César no contó a su madre una faceta de su vida política: él era miembro de un grupo de La Resistencia.
Compuesto fundamentalmente por jóvenes, de las más diversas condiciones sociales, estos grupos, surgidos en respuesta a la dura represión efectuada por el gobierno chavista en 2014, están organizados para el enfrentamiento directo con la Guardia Nacional. El grupo ideal tiene seis escuderos, tres lanzadores, cuatro defensas, dos apoyos y un observador. Los escuderos tienen la función de proteger a los miembros de los ataques de la Guardia Nacional. Los lanzadores, por su parte, usan piedras, bombas molotov y objetos preparados. La defensa devuelve bombas, advierte de movimientos y cuida los flancos. Los apoyos traen insumos, agua y recursos; recogen, además, las cosas que pueden ser útiles. El observador se dedica a ver lo que pasa, a decir dónde está el enemigo: alerta del peligro y la retirada. César Pereira había fabricado su escudo con una antena de DirecTV, y él mismo la había pintado con los colores de la bandera de Venezuela.
Pero no estaría a salvo de las catástrofes que los tiempos de un país pueden estampar en la vida de los jóvenes.
Zulimar me narró, con doloroso lujo de detalles, lo sucedido el sábado 27 de mayo de 2017:
12,30pm. César y su grupo de Resistencia inician enfrentamientos con la Guardia Nacional en un lugar llamado el Peñon del Faro, en la ciudad de Lecheria.
1pm. César intenta tirar una piedra y se la sale un brazo. Ahogado por un gas lacrimógeno se desmaya, y es rescatado por paramédicos que lo trasladan al Hospital Municipal de Lecheria. Allí lo nebulizan y le colocan vías.
2,30pm. Zulimar emprende un viaje desde Anzoátegui a Caracas. Ignora que en pocas horas conocerá la violencia en carne propia, y que días después me hablará de esa violencia.
3pm. Zulimar habla con su hijo. César le dice que está durmiendo, y le envía una foto vieja como para salir del paso.
3,30pm. César se siente mejor. Siente que su jornada de lucha aún no ha terminado. Se quita las vías, y en un descuido de las enfermeras, se escapa del hospital. Se va a almorzar a su casa, y luego de ello, vuelve a la protesta.
5pm. César cae derribado por dos disparos.
Sus compañeros lo trasladan al hospital Municipal: allí le dan los primeros auxilios. Tiene limitado el acceso a determinados centro de salud pública por ser miembro de La Resistencia.
6pm. En Boca de Uchire, un paraje intermedio entre Caracas y Anzoátegui, Zulimar se entera por las redes lo que estaba pasando con César. No sabe que su hijo era el líder de un grupo de resistencia. No sabe, ni imaginó saber nunca, que a su regreso le tocará vivir las horas más dolorosas de su vida.
7pm. César es trasladado a la Clínica Anzoátegui. Allí lo operan sin anestesia (si: en Venezuela escasean las anestesias).
8pm. Zulimar finalmente llega a la Clínica. Allí ve a todos los amigos de César en plena vigilia.
2am, del día 28 de mayo. César, aunque aún grave, salé estable de la operación. El médico le muestra a Zulimar lo que le había extraído a su hijo. Sus amigos tienen la esperanza que se mejore.
6,15am. César Pereira muere.
Cuando siento que esta navegación temporal acabará por agotarla, Zulimar sacó su celular y me mostró una foto de su hijo acarreado en medio de la protesta. Además, una foto de las metras con que mataron a su hijo. Y finalmente, una foto más: la del anfitrión de su desgracia, el hombre que auspició el asesinato.
9 de febrero del 2018. El Tribunal Quinto de Control admitió acusación interpuesta por la fiscalía 19 y 20 del Estado de Anzoátegui, contra el ex funcionario de Polianzoategui, Onan Joseué Pereira, por el delito de homicidio calificado de alevosía por motivos fútiles e innobles en el caso del asesinato del joven César Pereira, ocurrido durante la protestas de 2017.
¿Cómo una madre tan joven logra sobrellevar el peso de la memoria?
Zulimar me pasó por WhatsApp algunas grabaciones de su hijo. Puedo escuchar a César decir: “mañana si me voy pa´ la marcha”. Puedo escuchar a César decir que necesita un megáfono, cartulina y griffin para pintar los carros. Puedo escuchar a César decir que un compañero lo iba ayudar con unas aguas y refrescos para la actividad. Puedo escuchar a César hablando en una clase, invitando a sus compañeros a marchar, y decirles, con toda convicción y elocuencia, que el que quiera quedarse aquí sin hacer nada lo puede hacer, pero cada quien sabe la necesidad que está pasando el pueblo venezolano. Puedo escucharlo, y no puedo de dejar de pensar que tiene apenas 20 años: una vida demasiado joven para la valentía y la madurez que alberga.
El encuentro con Zulimar me acompañó durante todo el viaje. Mi salida de Venezuela significó presenciar un espectáculo repetido: en la fila de migraciones, jóvenes despidiéndose de sus familiares. Llantos. Cantidad de venezolanos huyendo del país que les tocó en suerte. La historia de su país los ha expulsado. Migrar es, por lo tanto, un acto de legítima defensa.
(*) Presidente Fundación Federalismo y Libertad.