Qué es la selección nacional de fútbol? Obvio: el equipo que representa internacionalmente al país. En la Argentina el fútbol es, más que deporte, pasión nacional. Un escenario que exhibe maneras de sentir, de actuar frente a las normas, de dirimir diferencias, de expresar adhesiones, de actuar con el otro.
Considerada potencia futbolística, Argentina es el único país del mundo en el que los hinchas visitantes tienen prohibido ir a los estadios. Un resultado de la violencia institucionalizada y normalizada cada semana. Aun así, eso no evitó que esta continuara, y en grado extremo, entre facciones de las mismas hinchadas locales.
Se trata de una manera de vivir, de relacionarse en el país de las grietas. El fútbol no es culpable. Se juega en todo el mundo, y en donde se convierte en escenario de violencia, también se constituye en ejemplo de cómo una sociedad, a través de su gobierno, enfrenta y resuelve situaciones que la afectan.
Gran Bretaña y los hooligans (tema resuelto en cuanto se convirtió en política de Estado) son una muestra.
El fútbol no es la causa de la transgresión y de la violencia. Es la excusa. Una excusa funcional, porque viene envuelta en conceptos que en la Argentina sirven para justificar cualquier cosa, desde la violación de leyes y normas hasta depredaciones y asesinatos: el folclore, la pasión, el amor (en este caso a los colores). Quien no se pliega a esa pasión, o no alimenta ese folclore con discriminación, intolerancia y humor de la más baja estofa, corre el riesgo de ser declarado amargo, pecho frío, “maricón” o, peor, de ser víctima de la violencia apasionada, folclórica y patotera.
Sin embargo, no todo es amor. Ser barrabrava se convirtió en un medio de vida y hasta de ascenso social. Un barra ya no es solo una maleza del fútbol, sino que crece también en la política, sirve para ciertos aprietes en los negocios, se enseñorea en el narcotráfico y el crimen. Siempre con altos subsidios y honorarios, e incluso con favores o indiferencia cómplice de la Justicia. Aunque es justo decir que hay barras que no viven de esa profesión. La practican de forma amateur y en ciertas ocasiones: desde la platea más cara de un estadio, muchas veces junto a sus hijos, a quienes de paso educan, o al volante de un auto de alta o baja gama, no importa. También en los colegios, tanto en el ámbito público como en el privado y caro, ante los docentes de esos mismos hijos, e incluso en el Congreso, como legisladores.
Ahora regresemos a la selección nacional. Si esta representa al país, y el fútbol es una radiografía de la sociedad, ¿por qué habría de sorprender que el director técnico de la selección haya desplegado con generosidad y sin pudor muchas de las facetas más oscuras de esa sociedad al ser detenido el auto en que viajaba por violar leyes de tránsito? Jorge Sampaoli, actuando como barrabrava, dio una clase de discriminación, de los efectos del arribismo, del desprecio por la norma y la ley, del olvido de sus propios orígenes y de humillación y resentimiento a quienes se los recuerdan. Quizás alguna vez, cuando dirigía a equipos chacareros desde arriba de un árbol, él haya ganado 100 pesos por mes, como le enrostró al policía que cumplía su función. Olvidar o negar orígenes, reescribirse la historia, perder la empatía (o no haberla desarrollado) son otras características frecuentes en la sociedad, y el fútbol suele reflejarlas con cantos xenófobos dedicados a los adversarios, como los que terminan en “son todos negros putos de Bolivia y Paraguay”. Como si esos cantantes descendiesen de rubios vikingos. Para rematar, Sampaoli desenfundó una hipocresía bien criolla (encarnada también por los jugadores que actúan muertes súbitas ante el primer roce), con una disculpa impresentable. Parecía el Doctor Jeckyll culpando a Mister Hyde por el papelón imperdonable de Casilda.
La selección argentina tiene el director técnico adecuado. Un producto cultural de primera mano. Como los dirigentes que salieron a apañarlo inspirados por la máxima grondonista: “Todo pasa”. Pero todo queda.
*Periodista y escritor.