Recientemente estuvo en Buenos Aires la feminista, politóloga y periodista francesa Caroline Fourest, quien presentó su libro Generación ofendida. De la policía de la cultura a la policía del pensamiento. Hizo aportes que se vinculan a los riesgos que existen frente a la adopción de posiciones extremas en pos de la defensa de ideas importantes y compartidas por sectores progresistas, pero que resultan, a la hora de su defensa desde posiciones extremas, en lo contrario, aíslan y rechazan a quienes piensan o parece que piensan distinto y se las elimina y rechaza, incluso con medios y formas violentas, no solo verbales sino hasta físicas.
Esta “censura” que se aplica a quienes no se identifican o parecen no identificarse con las de un grupo lleva a que ahora la censura no sea propia de la derecha conservadora sino de la izquierda que Fourest llama identitaria. Y esto lo marca muy claro en los jóvenes, pero no es exclusivo de ellos. Empieza su libro con una frase muy clara: “En mayo de 1968, la juventud soñaba con un mundo en el que estuviera prohibido prohibir. Hoy la nueva generación solo piensa en censurar aquello que la agravia u ofende”. Esta forma extrema de excluir y destruir a quienes no piensan o se cree y parece que no piensan como nosotros es algo que Fourest asocia con las redes sociales, que juegan un papel importante, aunque no exclusivo.
La incitación al odio que estos grupos generan se potencia en las redes sociales y lleva a extremos de prohibir y marginar a las personas, sin más fundamento que una sospecha, no evaluada y menos aún probada. Esta cultura de la cancelación es algo que con la tendencia natural de los jóvenes a la radicalización debe ser controlada y limitada a no aplicarse sin pruebas, solo basada en presunciones. Esto no implica acabar la cancelación, que es una forma legítima que el feminismo plantea cuando se trata de personas que han violado a otra, por ejemplo.
Fourest da muchos ejemplos que vivió y/o conoció en forma directa de estos extremos, especialmente en ámbitos universitarios. Lo analiza desde el feminismo y le preocupa que se jerarquice un componente antidiscriminatorio como el antirracismo frente a otro como el feminismo y la promoción de la igualdad. En este sentido, señala, la política de la identidad puede llevar a promover políticas según las distintas minorías fragmentando la raza del género y así jerarquiza a la raza en detrimento del género. Esto conduce a tergiversar la doble discriminación por mujer y por negra, que planteó Kimberlé Crenshaw en 1989 iniciando la interseccionalidad que integraba raza y género.
La radicalización desequilibra al ponderar más al racismo que al feminismo. Fourest advierte: “La interseccionalidad agrava la pendiente resbaladiza de la política de identidad”. Esto nos lleva a considerar, y la
autora lo recuerda, cómo la radicalización de posiciones en grupos feministas tiende a la separación, por ejemplo, un grupo de lesbianas francesas que se retiraron de la sociedad para vivir en contacto solo con animales hembras y plantas, pero así no lograron ningún cambio social.
Ahora estamos frente al riesgo de la radicalización que separa el movimiento feminista por identidades, más prejuiciosas que reales, que tienden a restringir la igualdad para todas al priorizar a un grupo frente al otro. De esta forma se favorecen las posiciones de derecha, que siempre están en contra de la igualdad y así los opuestos terminan aliados y desgastan al movimiento, que promueve siempre la igualdad sin privilegiar una variable a la otra.
Caroline Fourest nos permite visualizar mejor cómo las posiciones extremas atentan contra la democracia y contra la igualdad, de allí la necesidad de contener la cancelación basada en la cultura identitaria, tan nociva y contraria a la igualdad, que el feminismo en cualquiera de sus formas promueve.