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Reconocer tus emociones

Pocas promesas se han roto tantas veces como esta: “El lunes arranco”.

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Pocas promesas se han roto tantas veces como esta: “El lunes arranco”.

Domingo 20 pm: adiós al asado con amigos, a la medialuna del bar de la esquina, a la copa de vino tinto de cada noche, a las pastas del domingo y a la pastafrola de la abuela.  

Lunes 14 pm: el estómago cruje. Pide algo rico a gritos. A ver qué hay en el cajón... ¡Chau, dieta, el lunes próximo empiezo sí o sí!

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Las dietas ortodoxas, que subsisten a fuerza del todo o nada y son características del siglo XXI, son responsables de que vivamos en un mundo de dietas rotas y, como si eso fuera poco, han convertido el acto de comer –tan humano, natural e imprescindible, además de fuente primaria de placer– en un acto ilícito. (...)

Existe evidencia de que prohibir genera mayor deseo y descontrol. ¿Por qué serviría, entonces, una dieta extrema en calorías? La imposibilidad de ingerir lo deseado es contraproducente: multiplica el deseo, lo lleva al límite. La abstinencia autoinfligida podrá durar más o menos, dependiendo del nivel de motivación de cada persona, pero seguramente llegará un momento en el que la tentación haga jaque mate.

Los humanos estamos programados para sobrevivir en tiempos de escasez. Por eso poseemos un rasgo adaptativo llamado “genotipo ahorrativo” que nos conduce a tres procesos. En primer lugar, si hay comida, se comerá todo, para cuando no tengamos nutrientes a nuestra disposición. En segundo lugar, si existe una opción densa en calorías y otra reducida, se elegirá la primera, para cuando no haya. Por último, lo que sobre de energía, lo que nuestro organismo no utilice, se guardará como grasa. ¡Somos monos completadores! Como humanos siempre tenderemos a comer lo que tengamos cerca y lo terminaremos todo para cuando no haya alimento disponible. ¡Es una trampa! Vivimos en una sociedad con excesiva disponibilidad calórica (delivery, tiendas abiertas las 24 horas, variedad en la oferta gastronómica, porciones gigantescas, all inclusive) y barreras al movimiento (control remoto, auge de las redes sociales, inseguridad en las calles y la tecnología en general, delivery). Inevitablemente este genotipo ahorrativo nos conducirá  a una pandemia de obesidad si no cambiamos nuestra estrategia. Paralelamente, como sociedad, nos azota otra tragedia: la pobreza y dos de sus caras más visibles, que son la desnutrición y la malnutrición. Por eso decimos que el hambre no puede ser un tratamiento: es una deuda social. (...)

Desde la filosofía No Dieta proponemos perder peso sin renunciar al placer primario del alimento. Tener  y mantener un cuerpo cómodo y sano, comiendo de todo. ¿Cómo? Cambiando de hábitos en tres áreas: la relación con el alimento, el movimiento y el trabajo de las emociones y el estrés.

El método No Dieta no permite porque tampoco prohíbe. No hay alimentos buenos o malos; el gran secreto es aprender a manejar las porciones o, mejor dicho, evitar comer en exceso. Por eso proponemos el concepto de “porción justa”: ni más ni menos, pero de lo que más nos gusta. Pero no porque no podemos, sino porque mañana podremos comerlo nuevamente.

En relación con el alimento, como ya dijimos, lo primordial es consumir la porción adecuada, validar la incorporación de lo que más nos gusta en nuestro menú diario y también lograr un ambiente seguro (comprar lo justo, cocinar lo justo, servir lo justo para comer lo justo). La porción es un plato, y hay  que sacarle foto: tangibilizar nuestra porción, para corregirla o imitarla en la próxima comida. Todos los días podemos comer eso tan deseado en una ración que no supere las 150 calorías.

A este cambio hay que sumarle pasos. ¿Cuántos? Todo movimiento suma, pero lo ideal es alcanzar los 10 mil diarios. Con la ayuda de un cuentapasos podemos no solo contabilizar nuestro movimiento, sino mantenernos motivados para seguir sumando. ¿Qué actividad nos conviene hacer? Eso depende de cada uno. La recomendación es hacer algo que nos guste lo suficiente como para poder mantenerlo en el tiempo. (...)

Llegamos al quid de la cuestión: las emociones. ¿Cómo trabajarlas? El primer paso es reconocerlas. El segundo paso es un desafío más complejo, pero no imposible: Aceptarlas y transitarlas sin llevarnos comida a la boca. Como decimos en nuestro libro: “Si estás ansioso o ansiosa, ¿qué hacés llevando comida a tu boca?”. En otras palabras: si no sentís hambre real, no comas. Para afrontar las emociones sin comer proponemos utilizar lo que denominamos “anclajes”: distintas estrategias que nos permiten armar un espacio de libertad en nuestra mente para decidir qué nos pasa, qué queremos, qué necesitamos, qué merecemos. Hay anclajes mentales (por ejemplo: armar listas de objetos, países, nombres; contar hasta cincuenta de atrás para adelante), sociales (llamar a un amigo o amiga) y sensoriales (enjuague o desodorante bucal de menta, tomar agua con mucho hielo, ponerse crema de manos). La idea es enfriar la decisión y decidir en un estadio mental racional, no automático.

Por más que reformulemos los alimentos, regulemos su calidad y cantidad (y publicidad), por más que mejoremos el acceso al movimiento, si no aceptamos que las emociones son necesarias porque nos informan (y por eso mismo no deberíamos taparlas con comida), seguiremos atrapados en el dilema de la lucha contra la obesidad y el sobrepeso.

Por último, recordemos que para perder peso debemos luchar en distintos frentes: el contexto macro (la disponibilidad calórica, la publicidad, los medios de comunicación, el fanatismo alimentario), el contexto micro (tu casa, tu oficina, tu familia) y, por supuesto, la propia subjetividad (emociones y las significaciones que les otorgamos al alimento y al acto de comer) que muchas veces se impone como barrera para lograr el cuerpo cómodo y saludable que buscamos.

*Médica especialista en nutrición. **Periodista y licenciada en Comunicación. Autoras de El método No Dieta, editorial Aguilar. (Fragmento).