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la contraofensiva montonera

Recuerdos de Thelma

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Aunque ya no estaba en la Organización, Elvio Vitali, el ex compañero de mi hermano en la conducción de la JUP de Derecho, supo en México lo que se estaba gestando y viajó a Madrid para dar la discusión: “Se había creado un microclima muy místico. Se jugaba mucho con la culpa de los compañeros que estaban en el exilio en relación con los que estaban muertos, todas marranadas que fueron planificadas por la conducción.”

Elvio admite que cada vez que lo piensa se le revuelve el estómago: “Fue un momento de mierda, porque lo vivimos con una doble angustia. Casi todos los días nos enterábamos de alguna nueva caída, y a eso ahora se agregaban los que iban a volver para morir. La contraofensiva estaba toda infiltrada, todos sabían que nadie tenía chance de sobrevivir, que era una muerte anunciada. No había ningún tipo de explicación sensata, racional para lo que hicieron. Lo único lógico hubiera sido preservar lo que quedaba de la fuerza.” Todavía le duele haber llegado tarde para convencer a mi hermano, y en el análisis recupera la indignación que lo invadió en “el fragor de ese momento”: “En la suma de irresponsabilidades de la conducción, la contraofensiva fue una de las más flagrantes. Era una grosería. Firmenich después dijo con todo descaro en una conferencia de prensa que ‘perdimos el 70% de la fuerza, y estaba previsto’. La concha de su madre, estaba previsto. ¿O estaba previsto que él estuviera tomando café en Roma en ese momento?”

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Justamente desde Roma, también vino por esos días a nuestra casa Thelma Jara de Cabezas, una de las primeras en inaugurar la Plaza de Mayo, pidiendo la aparición con vida de su hijo Gustavo, secuestrado a los diecisiete años. Thelma había estado en México, más precisamente en Puebla, reclamando por los desaparecidos ante el Celam, donde fue recibida con fría diplomacia por monseñor Pío Laghi, un eclesiástico convencido de la misión redentora de la dictadura. Después había viajado a Roma para participar del cónclave presuntamente secreto que presidió el comandante Mario Eduardo Firmenich en su carácter de secretario general del Movimiento Peronista Montonero, mientras Thelma participaba en calidad de secretaria de la Comisión de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Hubo dos temas que coparon el encuentro: el desgaste de la dictadura militar y el inminente lanzamiento de la contraofensiva.

No bien llegó, se convirtió por unos días en la madre que todos necesitábamos. Era tan dulce que no vacilé en agasajarla, preparando un chupe a la peruana repleto de langostinos. Durante la cena, ella contaba algunas anécdotas de su comprometido periplo, con la inocencia de quien sale por primera vez del país sólo para cumplir con un irrenunciable deber. Una vez cumplido, estaba ansiosa por retornar junto a su marido, a quien acababan de descubrirle un cáncer en el pulmón.

No llegaría a verlo morir. Poco después de su regreso de Madrid, saliendo del Hospital Español, donde estaba internado su compañero de toda la vida, fue secuestrada por la patota de la ESMA. Thelma, a quien yo le ponía los ruleros para que se viera linda durante esos días que paró en nuestra casa de la calle Camarena, era esa cara contraída por el miedo y el dolor que apareció en un reportaje de la revista Gente. “Habla una madre de un subversivo muerto”, fue el título de la nota armada con la obvia complicidad del director ejecutivo de Editorial Atlántida, Aníbal Vigil, sus sumisos escribas y mucha picana. Thelma representaba el papel de una madre desengañada por la actitud perversa de los Montoneros y de los organismos de derechos humanos. No mucho después sería liberada.

*Autora de El tren de la victoria, cuya reedición ampliada fue publicada este mes por Del Nuevo Extremo.