Tanto para individuos como para la política, es desaconsejable hacer afirmaciones como “nunca” o “siempre”. El golpe de Estado cívico-militar de Honduras es un ejemplo de lo vigente de dicha máxima. En los últimos 20 años, un “saber convencional” afirma que la era de las asonadas militares contra poderes electos democráticamente eran cosas del pasado. Si bien durante todos esos años hubo casos que bordearon esa situación, como el autogolpe en Perú en 1992, Guatemala en 1993, los “ejercicios de enlace de las FF.AA.” ideado por Pinochet en 1991 para garantizar el no procesamiento de uno de sus hijos, la rebelión carapintada de 1990 en nuestro país, la caída de varios presidentes en Ecuador, este “saber” no se alteró de manera sustancial. Ni el caricaturesco golpe de 2002 en Venezuela lo afectó mucho. Mientras tanto, la Argentina mostraba su reconocida capacidad para innovar, algunas veces para mejor y muchas veces para peor. Los gobiernos constitucionales sufrirían entre 1989 y 2002, y con voces que auguran lo mismo para 2009-2011, crisis o “golpes de tercera generación” (ni la “primera” estilo 1930 con interrupciones correctivas y transitorias ni de “segunda” con su carga “fundacional” de 1966 y 1976) que combinaran agitación social, saqueos, cacerolazos, movilizaciones, corridas bancarias, pánicos cambiarios y angustiosos informativos televisivos “24 x 24”. Escenarios que combinaban gruesos errores de los oficialismos de turno, condicionamientos económicos externos de suma dureza y el tradicional canibalismo de la política nacional. La recurrente idea de “incendios fundacionales” que depuran los males del pasado y crean el escenario para los cambios necesarios. Los políticos, empresarios y militares hondureños parecen no haber abrevado en esta innovación a la argentina. El recurso a fuerzas militares, estados de excepción y oscurecimiento informativo consolidó un generalizado repudio regional e internacional a este anticuado golpe de “primera generación”.
Una mirada más profunda del contexto socioeconómico, político e ideológico de amplias zonas de América latina mostraría una combinación de factores que hacen imprudente minimizar los factores que atentan y atentarán contra la estabilidad institucional y la paz social. La acentuación de las brechas sociales, con amplias capas de la población marginadas, el creciente rol del narcotráfico y el tráfico de armas, la desintegración familiar, de medios de comunicación y formas de organización ligadas a nuevas tecnologías que ayudan a organizar protestas, fuertes debilidades institucionales y elevados grados de corrupción, son sólo algunos. Se suma el recrudecer de los antagonismos ideológicos o de sistemas de ideas de la mano de sectores neoliberales o más bien conservadores, ligados a las grandes finanzas y al flanco más darwiniano y especulativo de la globalización versus un complejo mix de movimientos sociales, indígenas, nacionalistas y de izquierdas marxistas o socialistas. Lamentablemente para nuestra región, estos últimos parecen no haber entendido mucho de las fuerzas tectónicas que produjeron el fin de la Guerra Fría y la caída de “socialismo real” y los modelos sustitutivos de exportaciones. Los primeros no han incorporado a su ecuación el colapso de la “economía de Casino” a partir de la crisis financiera que estalló en septiembre de 2008. Los hechos de Honduras son fiel reflejo de las fuerzas desestabilizadoras que subsisten en amplias zonas del hemisferio y que acercan a sociedades y países al precipicio de la violencia civil y en algunos casos al borde de guerras o escaramuzas interestatales. Recordemos la escalada retórica, diplomática y casi militar entre Venezuela, Ecuador y Nicaragua vis a vis Colombia en marzo de 2008 o actualmente entre Nicaragua, Venezuela y Cuba con Honduras. La administración Obama y países con historia de articuladores diplomáticos, como Argentina, Brasil y México, deberán asumir la necesidad de crear mecanismos apropiados y realistas para gestionar estas malas prácticas heredadas del pasado y, aún más importantes, las de “nueva generación” más ligadas el narcotráfico, el crimen organizado, especulación financiera y los estallidos sociales. En nuestro caso, la primera tarea será no recurrir a estas malas prácticas en sus versiones más nuevas y sofisticadas. Tanto el oficialismo como las diversas oposiciones deberán hacer nuestras prácticas políticas más vegetarianas…
*Profesor de Relaciones Internacionales de la UCA.