La muerte nunca te pide que arregles con ella una cita. Para qué. Hace poco, Mariano Llinás, un amigo que aprecio y admiro, me decía en una sobremesa algo que se quedó acomodado en mi cerebro como esos equipajes que se bambolean en la parte de arriba de los micros: “Para mí, la actitud que hay que tener en la vida es la misma que en la guerra. Esto es una guerra, alguien se cae muerto y vos tenés que seguir.” Hoy el boomerang de esa frase volvió más fuerte que nunca porque me acabo de enterar de que en Brasil murió el Topo López, un compañero entrañable que tuve en el diario Olé. Uno tiene amigos, compañeros, enemigos. La experiencia Olé, para algunos de los que formamos parte de su primera camada de egresados, fue como estar desembarcando bajo fuego enemigo buscando al soldado Ryan. Y muchos, como yo, nunca lo encontramos. El ambiente del periodismo deportivo siempre me pareció tóxico, hostil. Envenenado por el capitalismo salvaje de tener que ganar o ganar, por el chauvinismo y la xenofobia más burda. Es un lugar que no para de gritar. Pero, como las cosas no son perfectas, hasta en el infierno uno tiene la posibilidad de redención. Hice amigos ahí que no voy a olvidar nunca. Tuve compañeros ahí que no voy a olvidar nunca. Pensemos en los seres queridos que amamos y que se fueron. ¿Creen que están en algún lado? ¿Creen que nos guían desde el cielo? ¿Por qué Dios va a incidir en la suerte de un maldito partido de fútbol y no en el destino de un hombre joven que viaja en un taxi hacia la tragedia? Lo que le pasó al Topo López me deja la certeza de que estamos abandonados en un universo frío y sanguinario. Y sin embargo persisto en recordar una temporada larga, estival, que pasé con el Topo y otros compañeros (Cuki, Hernán Urquiza, Lucas Favro, Federico Ladrón de Guevara, Mariano del Aguila) cubriendo la temporada deportiva en la Ciudad Feliz. Fue inolvidable. Habíamos alquilado una casa inmensa y nos pasábamos los días entrevistando a futbolistas, trajinando la arena pesada del Balneario 12 y las noches largas cantando canciones de Roberto Carlos, haciendo karaoke. El Topo solía cantarlas mientras bajaba de manera teatral una escalera inmensa que había en el living. Todos lo aplaudíamos y cantábamos con él. Eso está en nosotros ¿no? Va a perdurar mientras estemos acá. Nos volveremos a ver en sueños.