Qué nos está contando Jaime Duran Barba cuando en las entrevistas narra sin tapujos su relación con las drogas o su militancia en la Juventud Peronista de los setenta? En el pasado, un asesor de imagen, se mantenía en la sombra, entre bambalinas. Es el caso del argentino Julio Feo, el hombre que acompañó a Felipe González al poder en 1982 y trabajó muchos años junto al presidente en la Moncloa.
Hoy, en España, el sociólogo Pedro Arriola, asesor del presidente Mariano Rajoy no abre la puerta a su intimidad pero sí se presenta ante los medios como lo que es: un productor de significados y estrategias para sostener en el poder a su cliente. Esta transparencia también alcanza a los políticos. Pablo Iglesias, líder de la nueva formación política Podemos, declaró en un programa televisivo en prime time su admiración por la capacidad de comunicación de la reina Letizia y matizó que considera que sus herramientas de persuasión están muy por debajo de las de ella. ‘Lo hace mejor que yo’, admitió.
En su día, Nicolas Sarkozy, dio un giro al relato político introduciendo el factor de la intimidad. Su relación con la cantante Carla Bruni se anunció oficialmente en Disneyland París, y contrariamente a lo esperado, la opinión pública francesa no vio con buenos ojos que su presidente le comunicara su nueva situación sentimental en un parque de atracciones. Pero a partir de ese momento las pequeñas historias sobre la relación conformaron un correlato paralelo a la función pública del mandatario en una búsqueda constante de conseguir atraer y seducir al público con la trama, porque como señala el filósofo Michaël Foessel, “nos guste o no, el juicio político se constituye desde el punto de vista del espectador que intenta reconocerse en las imágenes que los políticos le presentan”. Los políticos exhiben su intimidad para no tener que ser juzgados por sus actuaciones. François Hollande, sucesor de Sarkozy, no desaprovechó tampoco el recurso de exponer su vida privada. Los políticos exhiben su intimidad para no tener que ser juzgados por sus actuaciones.
La transparencia parece ser uno de los signos de la época. Todo se confiesa, todo se revela. El filosofo surcoreano Byun-Chung Han señala que la transparencia que pedimos a los políticos es todo menos una reivindicación política. Han observa un desplazamiento del Estado hacia el mercado y del ciudadano al simple rol de un consumidor. El imperativo de la transparencia, de este modo, serviría para desnudar a los políticos ante los ciudadanos devenidos en espectadores. El ciudadano se indigna como lo hace un consumidor ante productos que no le satisfacen. Así, Pablo Iglesias expone su pericia como comunicador y la valora con respecto a otro producto, la reina Letizia. Pedro Arriola expone en los medios españoles las líneas maestras del relato de su cliente, Mariano Rajoy, demostrando calidad, buen desarrollo de producto. Y Duran Barba, reivindica la teoría de Han al vaticinar el fin de la política y las ideologías por falta de interés por parte de los consumidores. Llega a afirmar que, según sus datos, en Buenos Aires sólo un 18% de la población se interesa por la política. Eso sí, asegura que el PRO, organización para la que trabaja es un partido de izquierda. Podemos, el partido de Pablo Iglesias, a su vez, en pocos meses mutó del tropicalismo bolivariano al socialismo nórdico.
Tal vez tenga razón Zigmunt Bauman cuando afirma que quienes aún creen en la política no deban pretender que sus aspiraciones puedan ser cumplidas entre el día de hoy y la celebración de las próximas elecciones. La construcción de un mundo más hospitalario no es una taza de café instantáneo. Y la transparencia no forma parte de una sociedad del espectáculo. Es inherente a una idea del mundo y no de una democracia de espectadores. En ella, el cliente siempre tiene razón. En una democracia abierta el ciudadano la busca.
*Escritor y periodista. Su último ensayo es El marketing existencial (Península, 2014).