Se puede escribir un texto brillante sobre la amistad, pero el que lo escribe puede ser un mal amigo o, sencillamente, no tenerlos. No son las palabras las que hacen la historia, sino los hechos.
Cuando los gobernantes se perpetúan en el poder no resisten la tentación de ir eliminando aquellas instituciones que, ellos consideran, dificultan sus acciones. Los pueblos vamos permitiendo estos avasallamientos sin reparar que esos organismos fueron pensados para dar equilibrio entre los que ejecutan, los gobernantes, y los habitantes de ese lugar, los gobernados.
Se utiliza, amenazante, la palabra “golpismo” cuando el Ejecutivo percibe críticas a su gestión. Curiosamente, no hablamos de “golpe” cuando los gobiernos se inmiscuyen para invadir los otros poderes.
La tendencia de nuestra democracia ha estado marcada por la intención del Ejecutivo de extender su ámbito de autoridad en detrimento del Congreso, que imprudentemente ha delegado facultades, algunas de manera casi inconstitucional. También los presidentes han avanzado sobre la Justicia con nombramientos parciales o carentes de profesionalismo.
La limitación de los alcances de los organismos de control o, específicamente, su vaciamiento, contribuyen a poner en riesgo la vida cotidiana. Un penoso ejemplo de esta realidad puede encontrarse en las muertes de la tragedia de Once.
El avance sobre la autonomía y los recursos de los estados provinciales atentan contra el federalismo; los dirigentes, por necesidad económica, se encuentran obligados a aceptar políticas en contra de los intereses de sus provincias. Los gobernadores se sienten llamados a copiar hacia adentro de sus estados, en sus municipios, las conductas que ven impulsadas para con ellos desde la Presidencia.
Los nombramientos sin méritos en el Estado, la creación de áreas en la administración pública que carecen de sentido práctico y se superponen con otras ya creadas, la propagación de los números y las estadísticas poco confiables nos están dejando ya no un Estado ausente, ni ineficiente, sino un Estado con fines de propaganda, un Estado de abandono.
Hasta aquí, hablamos de los oficialismos que abusan del relato para justificar lo que no tiene justificación. Pero al lado del relator asoman los comentaristas que se limitan a opinar sobre lo que sucede e intentan algún rédito, sea electoral o comercial, sin ser capaces de generar propuestas superadoras.
No se trata de que los aspirantes a dirigir nuestro país se limiten a ser más o menos creativos a la hora de insertar textos en el relato. El futuro gobierno exige desde ahora ideas claras, políticas que la población conozca para poderlas acompañar, de lo contrario quien llegue al Poder Ejecutivo se verá en los aprietos de gobernar dentro de un país dividido y políticamente fragmentado.
Un fiscal murió por hacer su trabajo. Un trabajo realizado desde un puesto sensible, como muchos otros dentro del Estado.
Quienes forman parte de la Justicia, de los organismos de control, de los entes de fiscalización y recaudación, se enfrentan a diario a la presión de cumplir con su labor honestamente mientras son acosados por intereses de la mala política de turno, que intenta obligarlos a escribir sentencias e informes que encubran el accionar corrupto.
Mucho se dice que la muerte de Alberto Nisman marcó un antes y un después. El antes es motivo de investigación y tiende a ser un paso más del pesimismo que embarga a los argentinos frente a éste y otros hechos. Es posible que no podamos creer ni siquiera frente a una verdad evidente.
El después no es una consecuencia favorecida por la muerte de Nisman. El después hay que construirlo. Los trabajadores estamos dispuestos a colaborar con un Estado activo, eficiente, dotado de herramientas legales y técnicas para erradicar la corrupción que lleva a la postergación, a la pobreza y a la muerte.
*Secretario adjunto de la Asociación del Personal de los Organismos de Control Público (APOC).