Rematan el petit hotel de María Julia Alsogaray, denominado también palacete. Tiene cuatro plantas, entrepiso y detalles de lujo, se calefacciona con hogares a leña variados, descuella por su elegancia aun en el elegante entorno de la Recoleta. Mi modesta economía me excluye de semejante opción, pero en cualquier caso me digo (como consuelo tal vez) que los ambientes grandes me dan angustia, que el fuego de la leña me da alergia, y que la Recoleta como barrio no me sienta para nada. Y pese a eso, o pese a todo, el anuncio del futuro remate provoca en mí un regocijo que bien puedo considerar personal.
Admitamos que el celo cívico de los argentinos por vigilar posibles enriquecimientos ilícitos de los funcionarios de gobierno no estaba demasiado activo hace algunos años (algunos, pero no tantos); especialmente entre aquellos que ligaban mientras tanto sus propios viajecitos afuera, sus heladeras con freezer en cuotas, su primer celular, su primer DVD. Otros remates transcurrían por entonces, y a precios viles: el de la empresa nacional de teléfonos o el de la empresa nacional de aviación, por citar apenas un par de ejemplos. Pero como corrían tiempos ligeros y divertidos, y nada parecía ser nunca demasiado grave, podía ocurrir incluso que la ministro de medio ambiente posara sonriente y no muy cubierta por pieles, y que no pocos argentinos la encontraran atractiva, sensual, por qué no sexy. Ese punto en el que la estética se toca con la ética en la esfera del arte, puede que exista también en la esfera de la política, pero corriendo en sentido inverso, y que un cierto desbarajuste ético en la sociedad derive por fuerza en un correlativo desbarajuste estético.
¿Nos bañaremos alguna vez en las aguas del Riachuelo, en medio de los recuperados cisnes? Todo indica que no. Pero a cambio veremos caer el martillo judicial sobre uno de los bienes (aunque no habría que llamarlos “bienes”) de aquella que prometió en vano. Si creyó en su impunidad, es porque lo dimos a creer: era una época en la que todo resbalaba. No siempre tenemos presente lo mucho que cambiaron los tiempos, ni tampoco todo aquello que fuimos capaces de hacer.