La Unión Europea suspira aliviada, pero el aire sigue enrarecido. Las derechas nacionalistas, lideradas por las más extremas y mejor asentadas –en Italia, Francia, Hungría, Polonia– no obtuvieron la pronosticada mayoría en el Parlamento europeo, pero ahora pueden trabarlo e incluso ponerlo en crisis.
El primer resultado positivo que debe matizarse es la participación electoral, que venía cayendo del 61,99% en 1979, al 42,61 en 2014. Esta vez trepó al 50,94%, resultando el principal factor de freno al gran salto de la extrema derecha. Pero debe entenderse como la reacción de parte del electorado europeísta, ausentado de las urnas por decepción y cansancio, ante un peligro inminente, tal como viene ocurriendo en la política interna de algunos países. El triunfo de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen en la segunda vuelta de las presidenciales francesas es el último ejemplo. Cuando se trata de elegir entre democracia y neofascismo, en las democracias desarrolladas no cuentan las adhesiones políticas particulares.
Así fue al menos desde la Segunda Guerra Mundial y hasta ahora. Porque el otro dato que relativiza –y mucho– este resultado global, es que la extrema derecha sigue creciendo. Arrasó en Italia y Hungría y volvió a triunfar en el Reino Unido, Polonia y Francia. Los casos de Alemania –donde en las últimas elecciones internas entró al Bundestag por primera vez desde 1945– y del Reino Unido son emblemáticos. En Francia, el partido de Marine Le Pen es el más votado, tanto en elecciones internas como europeas. Es también el caso de Polonia y Hungría, donde gobierna. En Austria participa del gobierno, actualmente en crisis.
En cuanto a la izquierda, los socialdemócratas se han derrumbado en casi todos los países –a excepción de Portugal y España– así como los populismos “de izquierda”. El Partido Socialista francés, que hace cuatro años gobernaba el país, obtuvo el 6,4% de los votos. Los chavi-kirchneristas Podemos en España y Francia Insumisa en el país galo, también 6,4% cada uno. Otro, el populista Movimiento 5 Estrellas italiano, asociado con la extrema derecha de Mateo Salvini, pasó del 32% que le dio mayoría en las presidenciales, al 17% en las europeas. Salvini duplicó sus resultados y ya brega por el poder total.
El tercer resultado de estas elecciones, el que más optimismo suscita, también debe relativizarse. Se produjo un claro repunte de los liberales y la irrupción de “los verdes”, que pasaron de cincuenta a 67 diputados. Pero el declive socialdemócrata hace incierto el porvenir de las tradicionales alianzas proeuropeas.
En cuanto al “Brexit” británico, la renuncia de Theresa May abre otra puerta hacia lo desconocido. De su sucesión depende una salida a las bravas de la UE, un buen compromiso, o un nuevo referéndum. La primera y la última son las opciones que han obtenido más respaldo en las urnas. La ambigüedad sobre el tema mantenida por el laborismo de Jeremy Corbin, le hizo perder un 11% de votos. Si el sucesor de May resulta Boris Johnson, será la ruptura con Europa. Si hay nuevo referéndum, quizás el regreso. En cualquier caso, enfrentamiento político interno grave, porque es totalmente antagónico.
Detallar y matizar, señalar diferencias y similitudes, perspectivas de desarrollo y posibles alianzas según los resultados en 28 países –por caso, la pérdida de votos democristiano y socialdemócrata en Alemania, alianza que gobierna el país– excede este espacio. El resumen es que el europeísmo –liberales, democristianos, socialdemócratas, verdes– sigue siendo mayoría en el Parlamento Europeo, pero su margen de maniobra se ha estrechado y las alianzas que lo sostienen, complicado.
La Unión Europea, bastión de las democracias, es hoy por hoy un mosaico fragmentado, de imprevisible porvenir. La presión migratoria y las “guerras comerciales”, entre otros efectos de la crisis capitalista global, podrían acabar por derrumbarlo.
*Periodista y escritor.