Según el Manifiesto Argentino, dado a conocer por un grupo de intelectuales y militantes nacionalistas, es necesario Refundar la Patria. Así, con mayúsculas. Entre otras medidas, propone que la Justicia deje de ser un poder autónomo.
Orientado hacia el kirchnerismo, este grupo es uno más de esos que en el peronismo olisquean los intersticios del poder cuando lo han perdido, hasta que los rejunta el que tuvo mejor olfato. Este Manifiesto es por ahora un olisqueo más, puesto que nada se sabe sobre el rumbo que acabarán tomando el peronismo no kirchnerista, el lavagnismo o los sindicatos, también divididos. Tampoco en qué ribera atracarán el radicalismo, el socialismo, la ultraizquierda y el sindicalismo que la apoya; si derivarán hacia el populismo o algún tipo de propuesta republicano-progresista hoy difusa, apenas en ciernes.
Pero si se considera el rumbo de las cosas en el mundo, conviene al menos prestar atención a esta proclama, porque las opciones en boga son las nacionalistas de extrema derecha –racistas, antisemitas, homófobas y ainda mais– o de derecha autoritaria a secas, en el mejor de los casos. Varias ya en el poder, como en Brasil. Este 26 de mayo, al cabo de las elecciones al Parlamento europeo, puede que se vea más de eso. Hasta hay un papa, argentino para más datos, de matriz nacional-populista.
La época actual, no obstante notables diferencias, se asemeja en mucho a aquella en que se forjó el peronismo, cuya naturaleza, como la de cualquier populismo, es el poder, a cualquier precio y por cualquier medio. Joven y brillante oficial nacionalista, Juan Perón se formó y creció políticamente durante la Década Infame, en medio de las idas y venidas nacional-liberales y germanófilo-aliadófilas, que siguieron al golpe de Estado del general Uriburu. En Italia gobernaba Mussolini; los alemanes votarían a Hitler. El “poder” era el emergente nazi-fascismo; una estrella que también guió luego, aunque intermitentemente, al golpista Grupo de Oficiales Unidos, del que Perón devino mentor ideológico.
Lo que sigue es también historia conocida. El peronismo, nuestro populismo, pasó por todas las fases; hizo todas las intentonas para acceder al poder y, cuando lo obtuvo, hizo todo lo a su juicio necesario para perpetuarse, así fuese ilegal. Durante décadas ganó elecciones, sufrió golpes de Estado y apoyó todos los golpes de Estado que lo favorecían. Aplicó políticas progresistas y también ultraliberales, acabando siempre unido y cada vez más corrupto. Fue el partido político que, en el gobierno, hizo más acuerdos con el FMI: nueve en total (Infobae, 10-5-18). Remató prósperas empresas de Estado, como YPF y Aerolíneas, siempre en el marco de una escandalosa corrupción. Hasta el actual kirchnerismo, un cambalache de todo eso. Pero ahora pierde elecciones; el país va peor y cunde el desorden. El “rejunte” se hace cada vez más difícil.
En cuanto a “la vereda de enfrente”, inútil detallar el vacío, la incompetencia. En un mundo actual de fracasos liberales, el macrismo resultó mediocre entre los mediocres que hemos tenido. Una suerte de populismo liberal que hace electoralismo con los afectados y/o desencantados del nacional-populismo.
Pero de lo que se trata no es de refundar la Patria, sino de estructurar de una vez la República que nunca supimos conseguir, con las actualizaciones del caso. En cambio, lo que se huele en el Manifiesto de marras es una propuesta autoritaria, con aparentes buenas intenciones, pero de las que siempre orientaron a Perón y ahora teoriza Ernesto Laclau. Lo que propone este Manifiesto conduce al aislamiento nacional, los enfrentamientos y la mazorca con condimento estalinista, versión siglo XXI.
En este marco, cualquiera diría que aquí y en todas partes es la hora de una propuesta republicano-socialdemócrata, pero quien sepa por dónde andan hoy el republicanismo y la socialdemocracia haga el favor de avisar.
*Escritor y periodista.