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Aprovecho el espacio que tan gentilmente me otorga todos los domingos el diario Perfil para disculparme con mi vieja amiga M.S., no sólo por no haber concurrido a la cena que organizó en honor de E.B., sino por ni siquiera haber respondido sus dos mails. Esto ocurrió hace meses y, aunque ella no me crea –y tendría toda la razón en no creerme– diariamente pienso en escribirle y en concertar un almuerzo –que espero sea reconciliatorio–. Ocurrió que recibí ambos mails estando de viaje –viajo sin computadora y no suelo levantar el correo electrónico– y cuando regresé, los días fueron pasando, y pasando, y pasando, hasta hoy, que expongo mi diletantismo en público. La sociabilidad huyó de mí, como el dinero huye de mi bolsillo después del día 20 de cada mes. Así de vacío estoy. ¿Debería esperar a que Luigi Amara escriba un ensayo titulado “El arte de no responder mails”? Sería demasiado honor para mí. Y mientras espero en vano que eso ocurra, me consuelo leyendo La liberación de la mosca, del propio Amara, publicado en las bellas ediciones de la Editorial Excursiones, sello del que, entre otros libros, ya había leído Lo impropio, de Diego Tatián, conjunto de ensayos que se encuentra entre lo más agudo que leí en los últimos años. Excursiones se especializa en ensayo argentino y del resto de América Latina, buen lugar entonces para presentar al lector vernáculo la escritura de Luigi Amara, nacido en México en 1971, ensayista, poeta, y editor en la Cooperativa Tumbona Editores (editorial de un hermoso catálogo, salvo un libro que yo no hubiera aconsejado publicar nunca).

En la herencia formada por una constelación que incluye desde la ironía anglosajona al estilo de El placer de odiar, de William Hazlitt, hasta cierta discreción mexicana erudita, como la del Manual del distraído, de Alejandro Rossi, los ensayos de Amara posan su mirada, de un modo lateral, en objetos, situaciones, escenas, paisajes, que aparecen descriptos bajo la estirpe de la rareza, la extrañeza, lo fuera de lugar. Algunos de sus ensayos se titulan El desprestigio del ocio, Filosofía de la cama o La promiscuidad de los encendedores. En Del lugar de las revistas se plantea un tema de una acuciante actualidad en mi vida: qué hacer con las revistas que ya leímos. Coleccionista empedernido de revistas y recortes que no le importan a nadie –creo que ni siquiera ya a mí mismo–, guardo una abundante colección de revistas, una arriba de la otra, pagando el diezmo de su “destino horizontal” (en antagonismo con la “posición vertical”, que Amara bien describe como “consagrada a la firmeza y la perdurabilidad de libro”) en estantes, cajones y baúles, que ya no sé qué hacer con ellos. Amara recorre ese problema doméstico, y también la tensión intelectual entre la ilusión de la obra maestra, que emana de un libro, y la velocidad de los artículos publicados en revistas. El nombre de Cyril Connolly –atrapado como nadie por esa tensión– no podía estar ausente. Todo dicho con fina ironía, como ésta: “A manera de anécdota diré que he podido comprobar que en una biblioteca ajena, el acto de deslizar un ejemplar de Selecciones entre las obras de Carlos Fuentes puede ser interpretado como un acto político, o incluso como un insulto imperdonable, siendo difícil determinar cuál de ambos”.