Hará un par de años compré en saldo una vieja edición del Quijote ilustrada por Dalí y publicada por Emecé. Tenía una anterior, un tanto gastada y de formato más pequeño, que se había perdido en el desorden de mi biblioteca, y entonces me pareció oportuno contar con una de volumen mayor, porque en la previsión de otra pérdida su coloración y formato me harían más fácil la recuperación.
El caso es que hace un par de semanas, por motivos de crasa apropiación y plagio, se me ocurrió releer el capítulo XLI de la Segunda Parte (“De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura”). Así que abrí mi vieja-nueva edición cervantino-daliniana… pero a cambio del relato de cómo don Quijote y Sancho Panza se suben a un caballo de madera y creen viajar por los aires, me encontré con que el capítulo XLI de esta nueva edición llevaba por título “Donde todavía prosigue el Cautivo su suceso”. Busqué el capítulo bajo posibles nuevas numeraciones. Pero no lo encontré. Opté entonces por googlear “mi” capítulo, y comenzaba así: “Llegó en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo…”, en tanto que en su XLI mi extraña edición rezaba: “No se pasaron quince días, cuando ya …”. Ya nervioso, revisé todo el libro sin encontrar el capítulo de Clavileño. Fui al capítulo final, busqué la muerte del Quijote, la famosa frase, “quiero decir que se murió”, pero tampoco estaba, había otra cosa, no importa qué. Recordé (desde el primer desconcierto lo hice) que hubo un tal Avellaneda que en su tiempo escribió una continuación del Quijote, y que por eso mismo Cervantes escribió la segunda parte del suyo, para enfrentar al Quijote verdadero con el falso. Me pregunté si inadvertidamente se habrían fundido ambas ediciones, en un acto de igualación propio de un editor distraído o de un Dios miope. Después, se me ocurrió otra posibilidad. Siempre se dijo que no cambian los libros sino los lectores. Ahora, tal vez, muertos los lectores, lo que está escribiéndose de nuevo es la literatura.