En este momento, la Argentina vive en un magma progresista. Es inmundo, pero sin duda hay que hacer algo adentro de eso”, dice Alan Pauls en una entrevista para adnCULTURA. Una manera de escapar por un rato del magma y ver la Argentina desde otra perspectiva es leer Golden Boys de Hernán Iglesias Illa, un libro que el autor escribió gracias a un nuevo premio/beca para trabajar en el ascendente género de la crónica.
El tema de Golden Boys son los argentinos que trabajaron en Wall Street durante los últimos quince años. Como tales, fueron actores del romance entre las finanzas internacionales y el gobierno de Menem y, más tarde, de la caída de la convertibilidad y la debacle de 2001. Los protagonistas principales no son nombres conocidos sino un grupo importante de empleados de la banca internacional que emigraron muy jóvenes a Nueva York, ganaron fortunas asombrosas en muy poco tiempo y contribuyeron a inventar el mercado de bonos de la deuda de los países emergentes, una de las grandes creaciones financieras de los noventa y una de las causas de las sucesivas crisis que sacudieron la economía mundial al final de esa década, como hoy ocurre con las hipotecas inmobiliarias.
Iglesias Illa hizo un gran trabajo para entender y explicar con precisión el mundo de las altas finanzas desde dos lugares complementarios: la subjetividad de estos aprendices de brujo que se encontraron un día sentados en la cima del mundo y la objetividad de lo ocurrido en esos años en un medio oscuro para el público. El libro muestra que ni los columnistas económicos del diario más leído del país saben de qué hablan cuando tocan el tema y que, por lo tanto, hay que partir desde cero. Explicarnos, por ejemplo, que Wall Street no queda más en la calle de ese nombre y que un broker, figura a la que se le suele atribuir aquí un tremendo poder, es poco más que un pinche en el negocio.
Los dos ejes narrativos de Golden Boys son igualmente interesantes: la sociología de estos argentinos que hicieron la América sin proponérselo y la historia del espectacular ascenso y la estridente caída de la Argentina como estrella de los mercados hasta terminar en el corralito y la devaluación. Iglesias Illa distingue dos tribus entre los financistas argentinos y entre ellos prefiere a los hijos de la clase media educados en la escuela y la universidad públicas que conquistaron Manhattan con su garra en las mesas de dinero frente a los descendientes de familias tradicionales cuya pronunciación del inglés y hábitos aristocráticos los convirtieron en representantes perfectos de los bancos frente a las oligarquías internacionales.
También es muy fino el autor a la hora de explicar cómo la promoción de la Argentina en el mundo financiero fue la otra cara de la misma moneda que la llevó a meterse en una deuda impagable: la dinámica de ese trading vertiginoso era parte de un mundo complejo y plagado de paradojas. Entre ellas, que los bancos internacionales promovieran el mantenimiento de la convertibilidad a toda costa mientras sus operadores apostaban por el colapso y obtenían de él ganancias siderales. La sorprendente conclusión a la que el lector puede llegar al final de la lectura es que en este juego novedoso (en el que las computadoras y las comunicaciones jugaban un papel esencial y ni siquiera los participantes directos sabían exactamente lo que hacían) resulta demasiado esquemático atribuir lo ocurrido a conspiraciones de los banqueros o a las recetas del FMI. Pero la burbuja progresista nos impide ver hoy lo sucedido tan eficazmente como la burbuja conservadora lo hacía en los noventa. Uno de los pasajes más notables del libro es el testimonio de que los players más duros de Wall Street creían sinceramente que sus bonos le traerían prosperidad a los pueblos latinoamericanos. Hoy creemos que ese papel lo cumplen los petrodólares de Chávez. La ceguera continúa.