La revista de libros de The New York Times ha reconocido la originalidad delictiva de la acumulación de capital en manos de la banda de Putin y sus capitalistas amigos. La nota nos ignora y no hace mención alguna a las inteligentes maniobras de acumulación de capital en manos de argentinos que, poco antes, no tenían ni un peso o sólo poseían una fortunita mediocre consistente en dos o tres departamentos y casitas en una pequeña ciudad austral. ¿Los especialistas de New York Times Review of Books desconocen los trabajos de sus colegas criollos sobre la acumulación de dinero en manos de los amigos de Néstor? ¿Por qué nos pasan por alto? ¿Simplemente porque la Argentina no es un país importante? Pero temas como el del juego, bien investigado por Federico Poore y Ramón Indart, también merecen una nota en la prensa internacional. O los más extensos El pacto Menem-Kirchner y Las bóvedas suizas del kirchnerismo, de Juan Gasparini. Más las denuncias de Lanata y Wiñazki. ¿Están celosos de Emilia Delfino de Perfil o de la investigación premiada de Hugo Alconada Mon y Mariela Arias, de La Nación? Ni unas pocas líneas sobre la presentación de Margarita Stolbizer que apunta a facturas falsas emitidas por Lázaro Báez con el noble fin de poner en blanco dinero negro y aliviar así la contabilidad de Hotesur. Aunque sea para quitarles crédito, deberían tenerlos en cuenta. No nos hagan sentir tan periféricos, por favor.
“Con la ayuda de una inescrupulosa banca offshore, Putin y su banda se apoderaron del dinero que pertenecía al Estado ruso, lo depositaron en el exterior; después, lo reintrodujeron e invirtieron en Rusia; así, bocado a bocado, fueron capturando recursos públicos”, escribe Anne Applebaum en su reseña del libro de Karen Dawisha, que porta el estruendoso título La cleptocracia de Putin. Dawisha describe el camino seguido por una megaacumulación de capital público que pasó a manos de una nueva “clase”.
Ya en 1991, más de 4 mil millones de dólares de origen estatal fueron entregados a compañías o depositados en bancos gerenciados por amigos de Putin. Así comenzaba una gigantesca acumulación capitalista de nuevo tipo, cuyo origen era la apropiación de fondos públicos. Un banco importante, el Rossiya de San Petersburgo, se especializó en negocios entre la nueva burguesía y el crimen organizado. Anoten: servicios de inteligencia, fondos públicos, nueva burguesía, crimen organizado.
La acumulación fue inmensa, a la medida de un país rico en petróleo y gas. Pero lo que hiela el corazón de los argentinos es que el método de esta acumulación nos resulta conocido: privatizar recursos del Estado, derivarlos a cuevas financieras internacionales, repatriarlos para realizar inversiones locales.
Lo que le ató las manos a Néstor no fueron vacuos prejuicios morales, sino que su capitalito inicial era más bien restringido. La KGB, cuyas cuentas manejaba Putin, controlaba miles de millones de dólares. Nuestro Néstor tuvo que comenzar su camino con los reducidos, pero famosos, quinientos millones (¿o más?) de Santa Cruz. ¿A dónde habría llegado Kirchner en un escenario digno de su iniciativa y su audacia?
El ascenso de Lázaro Báez pudo haber comenzado con esos 500 millones patagónicos. Todavía hoy no se sabe bien dónde está parte de ese dinero, que Kirchner depositó en la banca extranjera.
Provenía de las regalías petroleras que el gobierno nacional le pagó a la provincia cuando Kirchner era gobernador. Néstor los salvó de la crisis argentina, pero nunca presentó una contabilidad clara. Se dijo que habían sido usados para cubrir los déficits del distrito, sin más datos; Cristina afirmó que también se invirtieron en obra pública, sin dar detalles (a ella no se le puede repreguntar, dado que tampoco se le puede preguntar).
Randazzo también dijo, en 2009, que se gastaron en obra pública. Pero agregó que el objetivo de quienes preguntaban era “desgastar al gobierno con falsedades”.
Lázaro Báez, fiel camarada de los Kirchner y consejero de su hijo en finanzas, está para indagatoria. Se lo imputa de haber comprado por medio de un testaferro un campo de cinco millones verdes. Todo falso: un ciudadano honorable como Leonardo Fariña acaba de desmentirlo ante el juez Casanello. Pero los billetes que vuelan alrededor de Lázaro siguen siendo objeto de curiosidad judicial acá y en sede extranjera.
Volvamos a Putin, un vivaracho fuera de serie a quien no se le escapa el destino de cinco rublos. Con la acelerada acumulación de capital robado al Partido Comunista primero y al Estado más tarde, fundó un imperio económico que incluye a la gigantesca Gazprom, de donde sacó fondos para otras múltiples inversiones. Un jefe de la KGB, como fue Putin, es un cuadro de primera línea, ya sea para servir a su país como para delinquir.
La viveza criolla produjo millonarios de la noche a la mañana, como en el caso de Lázaro, nuestro conmovedor self-made man. Por eso, no deberían ningunearnos en la revista de libros de The New York Times. Menos mal que podemos ver el canal digital Rusia Hoy, que la Presidenta celebró como ruptura del monopolio de las noticias. El canal ruso en cualquier momento hace una miniserie sobre el tema para competir con la telenovela turca. Tengo el título: Game of Thieves.