La alfabetización –la capacidad de leer y escribir textos– es una de las habilidades más importantes, ya que permite adquirir otras y aprovechar mucho más el conocimiento de los demás. Esto a menudo reduce la pobreza ya que nos permite incorporar las habilidades y las ideas que nos hacen más productivos y capaces de utilizar mejor la tecnología. También es importante para ser ciudadanos activos e informados, y para seguir y participar en el mundo del conocimiento y la cultura. Se ha demostrado que tiene una influencia muy fuerte sobre nuestra salud y la de nuestros hijos. Hace doscientos años, de acuerdo con la mejor estimación de la OCDE, el 12% de la población mundial podía leer y escribir. Hasta entonces, la alfabetización era sobre todo una herramienta para la burocracia, la Iglesia y la clase mercantil. A lo largo de la ruta de la seda en Asia, los ríos europeos y el desierto del Sahara, los comerciantes desarrollaron y utilizaron letras y números para mantener el registro de los productos y las transacciones. En algunos países del norte de Europa, la Iglesia había alentado que todos supieran leer desde la Reforma, pero era más que nada para que leyeran textos religiosos, y no siempre incluía saber escribir. La mayoría de las escuelas estaban dirigidas por la Iglesia y se enfocaban en la educación religiosa.
Muchos miembros de la élite europea pensaban que era peligroso que los pobres recibieran educación. Podían comenzar a sentirse infelices respecto de la vida que llevaban y dejar de aceptar lo que les había tocado. En la década de 1870, la educación primaria se convirtió en obligatoria, y los padres que eran pobres fueron eximidos de pagar. El público en general ya estaba abierto a la idea de una educación extendida. De acuerdo con un estudio de la Comisión Real, incluso antes de que la escuela primaria fuera obligatoria y gratuita, el 95,5% de los niños estaba inscripto en alguna escuela. La alfabetización es lo que se conoce como un bien relacional clásico: cuanta más gente sepa leer y escribir, más beneficios habrá. Y cuando una proporción suficiente sabe leer y escribir, los negocios y la cultura se transforman, de manera que es muy difícil participar en la sociedad si uno es analfabeto. (...)
La tasa mundial de alfabetización aumentó de alrededor de 21% en 1900 a casi 40% en 1950, y en 2015 fue de 86%. Esto significa que apenas el 14% de la población adulta del mundo no sabe leer y escribir, mientras que en 1820 solo el 12% podía hacerlo. A pesar de las desigualdades, esto significa que ha habido una rápida convergencia. Los países pobres solían tener solo un octavo de los niveles de alfabetización de los países ricos; ahora es la mitad.
A comienzos del siglo XX, algunos países en vías de desarrollo, como Chile, Cuba y la Argentina, podían presumir por tener una tasa de alfabetización del 50%, pero en otros, como la India y Egipto, esta seguía por debajo del 10%.
Desde 1990, la inscripción en la escuela primaria en los países de ingresos bajos y medianos ha aumentado de 80% a 91%. En Asia meridional, aumentó de 75% a 95%, y en Africa septentrional, de 80% a 99%. La ONU considera que el umbral del 97% representa la inscripción universal. Teniendo en cuenta ese criterio, ya se lo alcanzó o está por alcanzarse en todas las regiones, excepto en Africa subsahariana. De todas maneras, allí la tasa ha aumentado más que en cualquier otro lugar, de 52% a 80% desde 1990. Teniendo en cuenta que muy pocos países africanos habían alcanzado tasas de inscripción en la escuela primaria superiores al 5% antes de la Segunda Guerra Mundial, este es un logro extraordinario. El número de niños no escolarizados en el mundo entero ha disminuido de 100 millones a 57 millones entre 1990 y 2015, a pesar de que la población sea mucho mayor. Más de la mitad vive en Africa subsahariana, ya que los ingresos son uno de los factores que más influyen sobre la inscripción en la escuela. En los países en vías de desarrollo, alrededor del 22% de los niños en edad escolar del quintil más pobre no está escolarizado, pero solo el 5,5% del quintil más rico. Además, el riesgo de no terminar la escuela primaria es cinco veces más alto para los más pobres que para los más ricos. Todavía en 1970, la mitad de los adultos de los países en vías de desarrollo era analfabeta; en la actualidad, menos de un quinto lo es. De hecho, el analfabetismo existe principalmente entre las personas mayores que nunca recibieron educación en su juventud. “El analfabetismo se está convirtiendo rápidamente en un malestar curable de la juventud en lugar de una enfermedad crónica de la adultez en todo el mundo”, según el economista del desarrollo Charles Kenny. (...)
Las niñas son quienes más se han beneficiado de la expansión de la educación, porque siempre fueron las más discriminadas. Así como las clases dominantes temían la emancipación de los pobres, los hombres temían que, si las mujeres leían, desarrollarían demasiada independencia. (Curiosamente, en el siglo XVI, las editoriales comenzaron a ofrecer versiones más pequeñas de los libros para permitir que ellas los escondieran de sus esposos).
El esclavista Hugh Auld tenía razón. Aprender a leer y escribir le permitió al esclavo Frederick Douglass entender su situación, así que comenzó a odiar la esclavitud y empezó a verse a sí mismo tal como era, en lugar de verse a través de los ojos de su dueño. Al leer libros y periódicos a escondidas, se enteró de que había estados donde los negros eran libres y que había algunos blancos que se oponían a la esclavitud. También leyó acerca de esclavos que habían escapado y comenzó a planear su propia fuga. Incluso empezó a enseñar a otros esclavos de la plantación a leer en una escuela semanal secreta. Douglass aseguró que la alfabetización lo liberó, pero a veces, antes de escapar, lo veía más como una maldición que como una bendición, porque le había hecho ver su horrible condición sin proporcionarle la cura. Le había generado unas insaciables ganas de ser libre: “La trompeta de plata de la libertad había despertado mi alma a una vigilia eterna. La libertad apareció para no desaparecer nunca más. La oía en todos los sonidos y la veía en todas las cosas. Estaba presente siempre para atormentarme con la conciencia de mi desdichada condición. No veía nada sin verla ni sentía nada sin sentirla. Miraba desde cada estrella, sonreía en cada calma, respiraba en cada viento y se movía en cada tormenta”.
*Autor de Grandes avances de la humanidad, Editorial El Ateneo (fragmento).