Leyendo La poesía chilena no existe, de Guido Arroyo (Editorial Aparte, Santiago de Chile, 2020) reparo en un pasaje muy interesante (entre muchos pasajes muy interesantes) en el que habla de Mariátegui. Rápidamente me dieron ganas de releer los 7 ensayos, y de ahí saltar a Pobre gente de París y sobre todo a Lima la horrible, de Salazar Bondy, libro que, en medio de una mirada critica y oscura sobre Perú, rescata sin embargo (y con razón) a Mariátegui. Publicado en Perú en 1964, creo que de Lima… en Buenos Aires hay ahora circulando una edición chilena y alguna otra que no recuerdo bien, pero de Pobre gente… publicado en 1958, estoy casi seguro de que no se reeditó luego de la edición de Jorge Álvarez en 1965, en la colección “Narradores americanos”. Antes y después, Salazar Bondy (nacido y muerto en Lima en 1924 y 1965) escribió poesía, teatro, cuentos y crítica literaria sin mayor suerte, dentro de la que se conoce en Perú como “La generación del 50”, cuyo representante más talentoso es Julio Ramón Ribeyro. Al pasar, aprovecho para decir que desde hace un tiempito se vuelve a encontrar en nuestras librerías La tentación del fracaso, su monumental diario (sus descripciones de París son notoriamente superiores a las de Salazar Bondy) por el módico precio de un poco más de cinco lucas. Si el mes que viene cobro mi estipendio más el aguinaldo sin atraso (hecho muy poco frecuente), tal vez lo compre para regalar en Navidad a mi amiga R.M.
Volviendo a Salazar Bondy, Lima la horrible es un impecable ensayo-diatriba contra la capital de Perú, sus costumbres, sus tradiciones, su historia, sus puntos ciegos. Lejos del tono ontológico sobre Buenos Aires de Martínez Estrada en La cabeza de Goliat, pero cercano en su comprensión de la crítica cultural ante todo como un veredicto (negativo), Salazar Bondy escribe con una ironía, una inteligencia y una suave liviandad ausente en casi todo el resto de su obra, por momentos demasiado grandilocuente y pesada (no deja de gustarme los autores de una sola obra maestra en medio de decenas de libros fallidos). De un texto lleno de grandes pasajes elijo la última frase, tomada del séptimo de los ensayos de Mariátegui: “Mi misión ante el pasado parece ser la de votar en contra”. Aunque no puedo dejar de mencionar la frase, tal vez, más célebre del libro, seguramente la más célebre que haya escrito Salazar Bondy: “Tenemos más costumbrismo que costumbres (…) nuestro costumbrismo además es totalitario. Abarca cocina, música, arquitectura, danza, deporte, farmacopea, urbanismo, lenguaje, poesía y religiosidad”. ¿Qué diría Salazar Bondy hoy, de la moda global de la comida peruana, con sus restaurantes carísimos en Buenos Aires et ailleurs, a los que, muchas veces, concurren comensales que al mismo tiempo que disfrutan de esa comida, votan candidatos que están a favor de expulsar a los migrantes latinoamericanos? Quién sabe, tal no tuviera nada para decir.
Un poco menos interesante, Pobre gente de París reúne ocho relatos sobre latinoamericanos en aquella ciudad. Con un toque realista y una prosa algo más tosca que la del ensayo, no obstante se deja leer con placer (me encanta el cuento en que imita el tono argentino: “Ponéle la plata en la mano, che. Con cien francos por una pregunta vas a saber hasta qué lunares tiene la mina que te coquetea en el laboratorio”).