Muchos periodistas se quejan de la ausencia de figuras presidenciales en las últimas semanas (la señora Fernández, porque estuvo internada; el señor Boudou, porque mejor es olvidarse de que existe). Yo, en cambio, viví el silencio de radio como una vacación.
Muchas veces, cuando viajo, obtengo el rédito adicional de no tener que escuchar los llantos, las bravatas, la épica berreta de “somos los primeros”, “desde hace cincuenta años”, “nunca la Argentina...”, “récord de...”, “la recuperación de la política”, como si este gobierno (que para mí es una gestión más, con sus aciertos y sus errores) hubiera sucedido a una dictadura (semejante honor le cupo al señor Raúl Alfonsín, cosa que el peronismo no termina de digerir cabalmente), o como si los acontecimientos de 2001 no hubieran llevado la política a un umbral de transformación que luego el régimen gobernante se encargó de “poner en caja” por la vía de la utilización de un vocabulario y una retórica heredados de aquellos tiempos de palabras encendidas, puestos ahora al servicio de la gubernamentabilidad.
No aguanto ya más esos sujetos abstractos como “el neoliberalismo” (cuya expresión fue, durante los años 90, el peronismo) o “la dignidad villera”, que es un lugar del cual hay que sacar a todo el mundo y en el que nadie en su sano juicio querría estar.
Con la excepción de Florencio Randazzo, que habla poco y que, por sobre todo, ejecuta acciones de gobierno (que yo previamente he diseñando desde esta columna), nada me importan los decires del pobre señor Coqui, que no da pie con bola, o del señor secretario tal, o de la señora ministra cual. Ninguno de ellos afecta mis nervios, que están conectados, como cualquier sistema nervioso, al sistema nervioso nacional, y es por lo tanto sensible a los humores radicales a los que la señora Fernández nos somete.
Su internación era un asunto de salud pública. Tratándose de quien ocupa el sillón presidencial, y que además cometió la torpeza de haber elegido a un impresentable como su natural sucesor, nadie puede sino alegrarse de su recuperación y su regreso a la función pública para la que fue electa. Eso sí, las dos semanas de silencio nos sirvieron para ponernos al día con las noticias del exterior, para hacer números y ver hasta cuándo nos alcanza la plata, para descontracturarnos hasta que el vendaval épico regrese con toda su fuerza para pretender hacernos creer que “nunca antes”.