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San Martín y la Operación Prócer

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Hay un San Martín del siglo XIX y otro del XX. El primero fue evaluado en el contexto histórico en el que actuó, y esos juicios tienden a ser más críticos. San Martin muere el 17 de agosto de 1850: hasta comienzos del siglo XX es posible encontrar detractores pero luego se va imponiendo el consenso en torno al héroe. Aparecen los San Martines hombres vulnerables, y más tarde se impone el militar, el San Martín de bronce.

Alberdi y Sarmiento, ambos intelectuales y además hombres de acción, lo observaron entre la admiración y la crítica, especialmente en la faceta del San Martín hombre cívico. Alberdi lo visitó en Gran Bourg en 1843 y Sarmiento hizo lo propio dos años más tarde, en 1845, durante su viaje por Europa, Africa y los Estados Unidos. Ninguno hizo una apología de San Martín, y hasta Sarmiento se animó a pintarlo abatido.

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Es Sarmiento quien empieza la rehabilitación de San Martín cuando escribe, allá por 1840, un artículo sobre su figura en el diario chileno El Mercurio. Más tarde, en su viaje por Europa, da una conferencia en el Instituto Histórico de Francia, donde define las trayectorias de San Martín y Bolívar. Por voluntad propia, dice Sarmiento, San Martín decidió recluirse en su destierro solitario, desentendiéndose del destino político americano.

Más aún, Sarmiento le propone a Alberdi que haga una biografía de San Martín, que el tucumano va a rechazar porque no era afecto al uso de la Historia con fines políticos. Cuando se lo propone, Sarmiento le dice “pero no lo eleve demasiado porque si usted lo coloca muy arriba nuestro, nosotros vamos a quedar muy deslucidos”.

Es Mitre quien pone en marcha el operativo de construcción de la iconografía patriótica alrededor de los próceres. En 1862 se inaugura el panteón nacional cuando Mitre, entonces Presidente de la Nación, pone la estatua de San Martín en la plaza de Retiro, en Buenos Aires. En 1875 Mitre empieza a publicar en La Nación la biografía de San Martín. Nicolás Avellaneda junta fondos para repatriar sus restos, cosa que ocurre el 28 de mayo de 1880 cuando la ciudad le rinde tributo al “prócer”.

Ya en el siglo XX aparece una imagen mucho más rígida y acotada a lo militar para explicar a San Martín. Sin embargo, hay excepciones: poco se recuerda que en 1915 el abogado e historiador Ernesto Quesada tocó una veta que nadie se animaba a explorar: la relación de San Martín con su esposa Remedios. Su conferencia se publicó en la revista Fray Mocho y tuvo gran repercusión.

Entrado el nuevo siglo, es el tiempo de la Nación católica y tanto la iglesia como los militares necesitan enfatizar la faceta de héroe a caballo al frente de un ejército, como forma de proyectar disciplina y autoridad. Queda opacado su perfil liberal en un tiempo de reacción nacionalista anti-liberal.
En la década del 30, después del golpe militar, San Martín emerge definitivamente como una figura militarizada con destino de texto escolar, y durante años se pasa por alto su costado civil, de reformista ilustrado, de masón, de humanista, de revolucionario; todo eso queda absolutamente opacado y aparece más “el Libertador” o “el soldado que cruza los Andes”.

Una y otra vez se nos dijo que San Martín cruzaba los picos andinos en su caballo blanco, cosa que era imposible porque hubiera sido peligroso que el jefe se hiciera notar con un caballo diferente al de los demás.

El héroe siempre montado a su caballo blanco, tan habitual en las revistas infantiles, fue acción pedagógica más que verdad histórica.

Como reacción ante ese San Martín modelado por los militares, en 1933 se publica El Santo de la Espada, de Ricardo Rojas, que se convierte en un best seller y luego en una película. En él se recupera el San Martín enfermo, y el prócer vuelve a ser un hombre de carne y hueso.
Rojas busca transformarlo en un héroe laico, pero era tal la fuerza de la versión anterior que no consigue doblegarla.

*Autor de Sarmiento periodista y “Enigmas de la Historia argentina.