La televisión argentina es vergonzosa casi siempre, pero en los últimos días ha sobrepasado su límite de ignominia. Si cada país tiene la televisión que se merece, habrá llegado la hora de pensar en una refundación televisiva sobre nuevas bases.
Confinados durante los últimos cuatro meses, hemos mirado televisión, cómo no. Los talk shows del mundo –Ellen DeGeneres, Jimmy Fallon, Graham Norton el único que seguimos)– se adaptaron a los rigores del distanciamiento.
En Buenos Aires todo siguió más o menos igual, con competencias, discusiones y payasadas en estudio que, naturalmente, precipitaron los contagios y la “activación de los protocolos” en todos los canales. Los periodistas y entretendedores no dudaron en seguir escupiéndose las mismas imbecilidades a la cara. Y después, libraron todo al funcionamiento de las plataformas de videoconferencias, con los lamentables resultados del “no se te escucha” y el “te llamamos de nuevo”. En momentos de tanta preocupación por “la vida”, nadie pensó que “el vivo” es el enemigo mortal de la eficacia.
Graham Norton, por su parte, tuvo que hacer lo mismo, pero ninguno de sus entrevistados tuvo nunca una luz inadecuada, e incluso puso guionistas para enhebrar las diferentes partes de su show. En la misma BBC, dos monstruos de la pantalla, David Tennant y Michael Sheen (acompañados de sus esposas y con la presencia de Judi Dench propusieron en Staged una deliciosa reflexión sobre el actuar y el vivir en tiempos de confinamiento). Pensaron algo, en lugar de entregarse a la inmediatez de las propias carencias, como acá, donde lo único que importaba era si habría Bailando.
Luego la TV tocó los límites de lo intolerable cuando salió masivamente a defender al asesino Jorge Adolfo Ríos, que remató a un ladrón tirado en el suelo. La justicia decidirá su pena, pero que mató, mató. Con esa vida se fue nuestra paciencia al Bernisagge televisivo.