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PANORAMA / ECONOMIA MACRI

Se la creyeron

El triunfo de octubre hizo que el PRO no escuchara. Y esa ceguera nos llevó al FMI.

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SIN ANESTESIA Christine Lagarde | DIBUJO: PABLO TEMES

Un ministro con despacho en la Casa Rosada da detalles: “quien tuvo la idea de recurrir al Fondo Monetario Internacional (FMI) fue Luis Caputo. Eso fue allá por febrero-  marzo. El Presidente lo sacó carpiendo. Eran otros días” concluye el funcionario con tono de pesadumbre. ¿Qué es lo que le pasó al Gobierno? Es la pregunta de la hora. La respuesta es compleja. Para explicarla hay que retrotraerse al después de la elección del 22 de octubre pasado, el día de la contundente victoria del Gobierno. Tanto el Presidente como su entorno político más cercano hicieron una mala lectura. Se la creyeron. El eje Marcos Peña –y sus adláteres Mario Quintana y Gustavo Lopetegui– y Jaime Duran Barba se sintieron dueños de ese triunfo. Eso se tradujo en una actitud endogámica que llevó al Gobierno a encerrarse sobre sí mismo y prescindir, entre otras cosas,  de las opiniones de sus socios políticos: la Unión Cívica Radical y la Coalición Cívica.

Ya la implementación de la reforma previsional había generado un ruido interno que el aumento de la tarifa del gas acrecentó, a tal punto que fue la mismísima Elisa Carrió la primera que alzó su voz contra el modo en que se quería aplicar esa suba. El Gobierno se confió en que con las Audiencias  Públicas –a las que la concurrencia de la oposición, salvo excepciones, fue casi nula– alcanzaría para frenar cualquier turbulencia que obstaculizara su implementación. La evidencia habla a las claras: se equivocó. “Subestimamos el impacto que produciría este ajuste en la población”, reconoció otro funcionario con rango ministerial. ¿Dónde viven?

Aprendizaje. Además, el Gobierno demostró no haber aprendido nada de lo ocurrido en 2016. Como la comunicación interna también es mala, cuando la diputada Carrió alzó su voz para criticar el modo de implementación del ajuste tarifario, en la Casa Rosada no avizoraron que ésa sería la punta de lanza que aprovecharía la oposición para avanzar con el proyecto de freno a la medida al que le dio media sanción la Cámara de Diputados el miércoles que pasó. El agujero fiscal que significaría de ser convertido en ley  lo vuelve absolutamente inviable. “Nos llamaron recién cuando teníamos el agua al cuello. Así no es como debe funcionar una coalición”, se quejaba amargamente un diputado del radicalismo en un intervalo de la sesión. Esa endogamia PRO tuvo –hay que recordar– otro coletazo relevante: la renuncia del presidente de la Cámara Baja, Emilio Monzó, quien demostró todo su peso político en la sesión de marras, cuando reunió a los jefes de las bancadas opositoras para asegurar un debate ordenado y sin desbandes que dañara todavía más al Gobierno.

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Pero volvamos al relato de lo que pasó con la ruidosa determinación del Presidente de recurrir al FMI. Una vez tomada la decisión de enviar a Washington una delegación negociadora, no quedó claro por qué no viajó el ministro de Finanzas, Luis Caputo. Al fin y al cabo, él es el ministro del área específica y el hombre con los contactos internacionales necesarios para abordar precisamente el tema del financiamiento de la Argentina. El argumento de que estaba afónico no sonó creíble. El miércoles se lo vio y se lo escuchó en A Dos Voces con una disfonía que para nada dificultaba su capacidad para hablar lo que se habla en reuniones como las que hubo en Washington.

Se sabe que Caputo le advirtió al Presidente hace unos meses del impacto negativo que para la Argentina produciría la elevación de la tasa de interés dispuesta por la Reserva Federal de los Estados Unidos. El 3% que devengan los bonos del Tesoro norteamericano representa un atractivo insuperable para los fondos especulativos que pululan por el mundo. Hecha esta advertencia, la pregunta es qué evaluación se hizo de tal advertencia. Lo cierto es que lo que se hizo evidenció las consecuencias negativas de la falta de una conducción económica sólida y clara en la gestión. No es bueno que el ministro de Economía sea el Presidente. Con un equipo económico tan atomizado y con visiones y acciones diferentes entre sus distintos miembros, lo que ocurrió no sorprende.

Apurado. El viaje del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, tuvo un aire de improvisación llamativo. “Se viajó sin un plan, y eso es malo porque, si no hay plan del Gobierno, entonces lo arman en Washington los integrantes del staff del FMI que lo único que saben hacer son planes duros”, señalaba en la mañana del viernes Guillermo Nielsen, el hombre que fue clave en la reestructuración de la deuda que se logró durante la presidencia de Néstor Kirchner. Un detalle de forma  subraya además lo deshilachado del procedimiento: es de forma que el Presidente sea quien anuncie el logro del acuerdo con el FMI, no el comienzo de la negociación.

Cuando todo sea pasado, Macri deberá recapacitar y comprender que la manera de su gobierno de gestionar la economía es inconveniente. Está claro, que no quiso repetir la experiencia que representó el conflicto entre Menem y Cavallo. La idea de un presidente sometido a un ministro de Economía poderoso ha querido ser evitada desde entonces por todos los presidentes. La repetición más calcada se dio entre Kirchner y Lavagna. Pero sirve para momentos de bonanza. Cuando hay una crisis lo que hace falta es  un Ministerio de Economía fuerte –que sea a su vez fusible– con ideas y capacidad de ejecución. Es lo que no ha pasado en el actual gobierno.       

Las desavenencias entre el ministro de Energía, Juan José Aranguren, y los otros ministros del área económica son harto conocidas. Las que existen entre Federico Sturzenegger con Caputo, Dujovne, Peña y Quintana, también. Liberar el precio de los combustibles en un contexto de aumento del petróleo no parece haber sido una medida feliz. Permitir que el JP Morgan comprara más de 850 millones de dólares a 20,50; tampoco. Y así sucesivamente.

El Presidente, que hasta hace tres semanas se sentía pensando en la reelección, se ha visto enfrentado a una realidad que, hasta aquí, lo ha desbordado. De una corrida cambiaria inadvertida y minimizada se ha pasado a una crisis de credibilidad de su gobierno que nadie previó. Es éste, pues, un buen momento para escuchar y darse cuenta de que debe, más que nunca, escuchar. “La democracia es darle, al menos por una vez, la razón al otro” (Winston Churchill).