El 4 de octubre próximo Éditions de l’Herne publicará en Francia El huracán Lolita (diarios 1958-1959), un libro de 128 páginas traducido del inglés. La autora: Véra Nabokov, esposa de Vladimir, anotó en este diario la cronología del efecto de la novela a partir de su publicación en Estados Unidos. Porque el efecto Lolita sacudió a las sociedades de Occidente, así como a la cultura y el mundo editorial, todo esto mientras se convertía en un éxito de ventas (100 mil ejemplares en tres semanas, igualando a Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell). Algo que, en pocos años, haría rico al matrimonio Nabokov, o como lo llamaba Véra: V & V Inc.
Hacia 1980, Martin Amis entrevistó a Véra en Suiza, último lugar de residencia del matrimonio, instancia publicada en Visitando a Mrs Nabokov y otras excursiones. En realidad, fue una entrevista fallida porque la anciana, agobiada por el trabajo de agente y curadora de la obra del esposo fallecido en 1977, se mostró harta de tanto escándalo mediático: “Se conocieron en 1923, en Berlín. Era sorprendente que no se hubiesen conocido antes. Al fin y al cabo, ya en San Petersburg los chicos del Colegio Tenishev solían confraternizar con las alumnas del Obolensky. Habían trabajado de extras en las mismas películas alemanas. Véra había asistido inocentemente a las disertaciones de Vladimir en el círculo intelectual de emigrados en Berlín.
—Hablaba con mucho encanto –dice Vera–. Era un joven sumamente guapo.
En la vieja Rusia Véra había recibido la misma educación multilingüe que el propio Nabokov; de hecho, se convirtió en uno de sus pocos rivales serios para la enseñanza del inglés en Berlín.
—Pero V. N. enseñaba muchas materias –concede ella–. Lenguas, tenis, boxeo. Y prosodia, prosodia.”
Para enseñar prosodia Nabokov debía experimentar la dicción de la lengua inglesa en su activo desarrollo, en el ámbito social. De hecho, cómo se habla en distintas regiones de Estados Unidos, estuvo disponible a la par que recorría el país en busca de mariposas. Siempre con el oído atento a cierto aleteo de la lengua. Este detalle hace de Lolita una novela americana que, por rechazo de la elite de editores, tuvo una primera publicación en inglés, pero en París (1955), en cierta editorial de catálogo entre erotómano y pornográfico: Olympia Press de Maurice Girodias, que contaba en su haber libros como La vida sexual de Robinson Crusoe, de Michel Gall, así, esta primera edición de Lolita no vendió ni recibió repercusión crítica alguna.
Es más, si Lolita conoció la publicación fue porque Véra rescató distintos originales mientras Vladimir los arrojaba al fuego, frustrado por la temática y complejidad del texto, para borrar de su horizonte semejante desafío de escritura. Copista al dictado, correctora, primera lectora, fue ella quien logró un original límpido y definitivo para la publicación. La pareja funcionaba así, uno en la abstracción, la otra en la práctica.
En Véra. Señora de Nabokov, de Stacy Schiff (Alianza Literaria, 2000), que le valió el Premio Pulitzer en Biografía, Schiff tal vez exagera al llamar a la esposa “esclava” del escritor, porque la relación simbiótica era tan complementaria como marca de supervivencia: siempre escaparon. Sus familias de los bolcheviques, ellos del nazismo en Berlín, luego en París. Una pareja de inmigrantes salvando la propia vida, siendo Véra judía, conociendo bien qué es eso de ser un nómade forzado para ponerse a salvo con suma urgencia.
Pero todo refiere a Lolita, con ese diario que saldrá en octubre. Por la cronología, resulta dudoso que allí se anote un suceso que cambió la suerte de la novela. En 1955, en una nota publicada por el Sunday Times de Londres, Graham Greene indica a Lolita como uno de los mejores libros del año. Esto bajó las objeciones “morales” de las editoriales norteamericanas y permitió la publicación en la casa Putnam en 1958. Es que Greene era un escritor occidental de resonancia mundial, crítico, católico, exespía y tan antifascista como el que más, sumando a eso que sus libros pasaron al cine a través de cineastas como John Ford, Fritz Lang, Carol Reed, Neil Jordan y Joseph Mankiewicz. Y con la interpretación de Orson Welles, como si fuera poco. En un escenario de Guerra Fría, el mejor aval del mainstream para un profesor de Cornell, inmigrante y desconocido.
¿Pero cómo un libro de un escritor ruso publicado en Francia llegó a manos de Greene? Y aquí aparece otro Nabokov, o mejor dicho, el verdadero motor de la supervivencia de la pareja: Nicolas, primo hermano de Vladimir, compositor musical de obra escasa y prolífica carrera como agente de inteligencia durante la Segunda Guerra y la pos-Guerra, incluyendo la Fría. Emigrado a Estados Unidos en 1933, allí trabó relación con la crema y nata de lo que sería la inteligencia capitalista de las mejores familias. Esta relación de poder se perpetuaría por el resto de sus días. Sin pertenecer a la CIA, pero sí trabajando a la sombra del Plan Marshall y a pesar de la fundación de la agencia, se estima que su tarea fue más un asesoramiento político al Departamento de Estado para enfrentar las huestes culturales stalinistas y sus aliados en Europa.
Antes de desempeñarse en la Berlín de la Posguerra como desnazificador cultural, Nicolas Nabokov estuvo en Londres y luego en París durante su liberación de los nazis. Compartía el núcleo de intelectuales espías en contra del Eje, junto a W.H. Auden y J.K. Galbraith, todos en estrecho vínculo con el MI6, donde trabajaba Greene. Fue Nicolas, sin dudas, quien diseñó semejante recomendación. Queda por discernir en qué medida Lolita fue funcional a esa guerra cultural y psicológica contra el comunismo. En octubre, con la publicación de L’Ouragan Lolita sabremos algo más.