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Seis toros

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Un argentino (porque siempre hay un argentino metido en causas lejanas) está logrando frenar las corridas de toros en España, al menos en Cataluña. Leandro Anselmi es la punta de lanza del Prou! (Basta! en catalán), la asociación que impulsó el petitorio que habilitó el debate parlamentario y que desembocó en la prohibición de las corridas de toros en Cataluña a partir de 2012. Los defensores de las corridas de toros temen que, a partir de esta modificación de la ley, pueda generarse un efecto dominó que vaya multiplicando la prohibición en las distintas comunidades autónomas.
El año pasado estuve en la plaza de toros de Las Ventas, en Madrid, mirando una corrida, sentado entre unas chicas japonesas horrorizadas, unas señoras madrileñas que me convidaron de su picnic y un matrimonio de argentinos con los que me negué a hablar hasta que resultó inevitable. Durante los primeros caracoleos entre el toro y el torero, la señora decía qué hermoso, pero cuando lo empezaron a pinchar, se alarmó: No me digas que lo matan, Juan Carlos. Habría pensado que era una de esas exhibiciones incruentas para turistas, pero resultó que masacraron a seis toros delante de mi compatriota que se iba tapando los ojos. Yo no me tapé los ojos, pero vi algo distinto esa tarde.
Siempre me parecieron hipnóticas las corridas de toros cuando las veía por televisión. Las pocas filmaciones que hay de José Tomás toreando son increíbles. Durante años disfruté el placer estético de ese toreo, el encuentro de la bestia y la gracia, la fuerza picassiana, etc. Eso era por TV. Pero ese día mataron a los toros para mí y para el resto de los turistas y habitués. Algo me ensombreció. Me quedé callado, y no traté de explicármelo bien hasta ahora. Creo que me di cuenta de que ya la tauromaquia es un anacronismo. Quizás hace siglos tenía su razón de ser. Hoy ya no hay ningún sentido atávico ni sagrado en ese sacrificio. En todo caso, esa tarde, lo único sagrado era el toro vivo, el toro en alto, negro y furioso, pero lo convirtieron en un toro muerto. Seis veces convirtieron un animal casi mitológico, bramante como un dios, en una cosa muerta que sacaron a la rastra.