El viaje de Julio Cobos a las Islas Malvinas es una evidencia más de la superficialidad de muchas de las concepciones en la discusión pública sobre el tema de la disputa por el archipiélago austral. Un tema tan profundamente grabado en la memoria y en la política nacional tiene una eficacia simbólica altísima y, por lo tanto, todo lo que se hace en torno a éste, o con éste, tiene consecuencias políticas. Muchos argentinos viajan a Malvinas de distintas maneras. Pero no todos los que lo hacen son figuras públicas o funcionarios. En la polémica sobre este asunto, ésta es una circunstancia que no puede ser descuidada.
Julio Cobos declaró reiteradas veces que viaja “cualquier ciudadano que quiere acercarse a las islas”. Pero un ex vicepresidente, precandidato a presidente en el Frente Amplio UNEN y diputado nacional no es un “argentino común” que visita las islas para interiorizarse sobre su clima y sus costumbres. Aunque respetable, tampoco es válido su deseo de visitar la tumba de un antiguo compañero de liceo caído en combate. Cobos es un político, y lo que hace le pertenece a lo público. Muchos ex combatientes, seguramente, desearían visitar los lugares en los que cayeron sus amigos, honrar sus tumbas. Podrían viajar pero no lo hacen, lo sabemos, porque no aceptan que les marquen el pasaporte como si visitaran territorio extranjero. Son sensibilidades que hay que respetar, como las de otros ex soldados que consideran que esa “marca” no es obstáculo suficiente para hacer lo mismo.
Hasta la guerra, con restricciones, los argentinos podían visitar las islas. Después de 1982, y hasta la década de 1990, tuvieron prohibido hacerlo, por expreso pedido de los isleños. El primer viaje masivo de familiares, en 1991, fue bajo el amparo de la Cruz Roja Internacional. Es decir que algunos argentinos visitan Malvinas en viajes de carácter humanitario (los familiares, los ex combatientes), científico o a título individual. Pero Cobos es un político, una figura pública que no debería desconocer las consecuencias de aceptar, como cualquier funcionario o político, que le sellen su pasaporte como si ingresara a un territorio extranjero. Un ejemplo: en 2009, cuando se inauguró oficialmente el Monumento a los Caídos, en el Cementerio de Darwin, los funcionarios argentinos acompañaron a los familiares sólo hasta Río Gallegos. Desde allí, los deudos continuaron solos.
El viaje de Cobos es otro lamentable ejemplo de un problema que lo excede: el “Malvinas para la foto”. El diputado, al igual que muchos otros políticos, es uno de los firmantes de la Declaración de Ushuaia, donde miembros de todas las fuerzas políticas se comprometieron a no reconocer ninguna soberanía extranjera en las Malvinas. Podría haber dicho, al pisar las islas, cosas con las que podríamos haber estado de acuerdo o no. Explicar por qué viaja con un veterano de guerra acusado de ser carapintada (fue asesor durante la gestión de Nilda Garré), qué opina sobre la disputa, sobre los isleños, sobre la política exterior. Pero no dice nada. Su viaje es “personal”. Simplemente se saca fotos en la costanera, en el cementerio, con las cruces de fondo. No son fotos casuales, basta verlas en su Facebook. Son fotos de campaña hecha en Malvinas. Su viaje es superficial y dañino porque lo quiso hacer público disfrazándolo de recorrido personal. Porque sabe que “Malvinas paga”. Tanto si viajó sabiendo todo esto, o ignorándolo, la conclusión acerca del lugar de Malvinas y de tantos temas en la agenda de nuestros (¿?) políticos es la misma: la política selfie. El viaje de Cobos, hecho por “sentimientos personales”, no deja de ser por ello un viaje político. Acaso éstas sean las formas actuales de la política: estar para la foto, la subjetividad al extremo llevada al espacio de lo público. Mientras, la historia transcurre.
*Historiador.