Salvo a mí, a nadie se le niega un timbo de El Pibe Terrible, una casa de zapatos hermosos de la calle Arroyo. Es miércoles por la noche y estamos en la puerta de este lugar porque una amiga lanza, entre otras cosas, su marca Zorzal de ponchos cibernéticos y argentos. En el Mundo del Revés conocí a uno de mis grandes amigos que tiene el mejor revés del mundo. Y en medio de una nutrida concurrencia que gana la vereda mientras toman whisky y departen sobre el ser y la nada, al lado de un sastre que parece sacado de una franquicia de la Marvel, mi amigo Gastón Claudio me pregunta: ¿vos creés realmente que el amor perdura? Le estoy por contestar cuando un hombre parecido a Jean-Paul Belmondo, con un eterno tostado y sentado en la ventana donde se muestran los zapatos, se mete en la conversación y dice: “Yo creo en el amor. Estuve casado 26 años. Y me separé siete. Y ahora volvimos. No tengo sexo con mi mujer porque ella no quiere, pero no me importa. Si no está en la cama cuando me levanto, me pongo ansioso. La amo. El amor no depende del sexo”. Yo, que siempre pensé que el amor para que exista realmente debe ser conducido por la electricidad del deseo sexual, me callo y pienso en el libro que le compré hace unos días a Braulio, un librero que te asesina con los precios pero que consigue joyas. El libro es de Joseph Campbell y se llama Reflexiones sobre la vida. Fue editado por Emecé hace un tiempo. Campbell escribe ahí algunos capítulos sobre el amor: “En el hinduismo, la religión del dios Vishnú es la del amor. El primer grado del amor, el del criado al amo, es un grado bajo de amor: ‘Oh, Señor, tú eres el amo. Yo soy el sirviente. Dime qué debo hacer y lo haré’”. Este método –dice Campbell– vale principalmente para la gente que no ha tenido mucho tiempo para dedicarse ni al pensamiento religioso ni al amor. El segundo grado del amor es el de amigo a amigo. Acá se inicia algo del verdadero amor ya que se piensa más en el otro que en uno. El tercer grado es el del padre por el hijo. El cuarto nivel es el de cónyuge a cónyuge. Acá el matrimonio es considerado en estas tradiciones como algo permanente. El quinto punto es el amor loco: un amor compulsivo, ilícito, incontrolable. Hay un solo punto de relación con el prójimo. Todo lo demás es olvidado y nada más importa”. Concluye Campbell: “Estoy seguro de que alguno de ustedes ha tenido esta experiencia. Si no es así lo lamento”. Creo que ese miércoles en la vereda de El Pibe Terrible no llegué a contestarle a Gastón, así que lo hago por acá: el amor es pura impermanencia, lo único que necesitás, como decían los Beatles, es un motivo intenso que puede servir para que un hombre escriba sesenta y nueve canciones de amor. Una postura kamasútrica, un campo magnético genial. Hay que sentirlo, está en el aire.