COLUMNISTAS

Shostakovich y Bombita Rodríguez

Hijo de la más famosa vedette del nacionalismo católico, Evelyn Tacuara, y del más renombrado clown del trotskysmo, el Payaso Barricada, el cantante popular revolucionario Bombita Rodríguez, el Palito Ortega montonero, grabó su primer long play: Ritmo, amor y materialismo dialéctico, que incluyó canciones como ésta: “Yo te amaré, te seguiré a todas partes, porque soy un militante, de nuestra liberación. Yo te amaré, luchando contra el imperio, y la puta oligarquía, que a nuestro pueblo oprimió. La lucha armada, la lucha armada, la lucha armada es nuestro amor. La lucha armada y el socialismo llegarán juntos junto a Perón”.

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Hijo de la más famosa vedette del nacionalismo católico, Evelyn Tacuara, y del más renombrado clown del trotskysmo, el Payaso Barricada, el cantante popular revolucionario Bombita Rodríguez, el Palito Ortega montonero, grabó su primer long play: Ritmo, amor y materialismo dialéctico, que incluyó canciones como ésta:
“Yo te amaré, te seguiré a todas partes, porque soy un militante, de nuestra liberación. Yo te amaré, luchando contra el imperio, y la puta oligarquía, que a nuestro pueblo oprimió. La lucha armada, la lucha armada, la lucha armada es nuestro amor. La lucha armada y el socialismo llegarán juntos junto a Perón”.
Y esta otra canción: “Tu papá no me quiere, es un cerdo capitalista, pero yo quiero casarme con vos, y luchar por la patria socialista. Pero yo quiero casarme con vos, y andar juntos por la senda guevarista. Armas para el pueblo, armas para el pueblo, armas para el pueblo, ya. Eh, eh... ¡erp!”. 
Y ésta: “Yo te pido un besito, y de la mano tenerte, marchemos junto al pueblo, nuestro amor es patria o muerte. La clase obrera es lo mejor; burgueses, atrás, atrás”.
Bombita Rodríguez fue creado por el talentoso Diego Capusotto para su programa de televisión. Este imaginario cantante que “combinó la canción berreta populachera y pegadiza con letras que alentaban la revolución en la Argentina” vive hoy en el exilio en Cuba, donde protagonizó telenovelas como la que narra la vida de un taxista en La Habana: Rolando Rivas marxista, y programas donde se realizan cámaras ocultas a burgueses como VideoMarx.
Tanto éxito tuvo Bombita en la Argentina de la época de “aquellos jóvenes del Banco Mayo francés de 1968” que hasta protagonizó avisos como el de la gomina “La orga”.
Ya en su anterior programa, Todo X 2 $, Capusotto había dado vida a un conjunto musical, los Marx attack, “el fenómeno musical izquierdista”, pero con este Bombita Rodríguez compuso la mayor y más aguda crítica al relato oficial e hizo –desde el Canal 7– más presente que nunca la larga ausencia del humor político en una televisión privada que se había caracterizado por satirizar a todos los presidentes desde la llegada de la democracia.
Como si siempre la realidad imitara al arte, con improgramable oportunidad, el programa que hizo nacer a Bombita Rodríguez, Peter Capusotto y sus videos, debutó con su cuarta temporada justo cuando la crisis del campo llevó al Gobierno a  sobreactuar el relato setentista, haciendo su ironía aún más irónica y dejando perplejos a los intelectuales simpatizantes del Gobierno, entre quienes se suponía estaba el propio Capussotto. 
Como impulso independiente de la razón y, por tanto de las conveniencias, no pocas veces el arte es una expresión de los sentimientos que  escapa al control de la mente del propio creador. Así se podría explicar cómo el máximo compositor de la ex Unión Soviética, Dimitri Shostakovich, quien llegó a integrar el Sóviet Supremo, pudo firmar cartas contra disidentes como Sajarov y Solzhenitsin, recibir los Premios del Estado, de Lenin y de Artista del Pueblo, y ser simultáneamente el creador de las obras que más irritaron a sus camaradas, porque mientras Stalin proclamaba que con el comunismo “la vida está mejor y  se ha vuelto más alegre”, las sinfonías de Shostakovich transmitían amargura, como si este músico, en la plenitud de su vida, transmitiera el sentimiento apenado y sombrío que Tchaicovsky imprimió a su Patética, pero cuando ya se encontraba al fin de sus días. 
Dos años después del estreno de Lady Macbeth de Mtsensk, y cuando esta ópera ya se había convertido en la más representada y aplaudida de la ex Unión Soviética y la mejor de todo el siglo XX, Stalin fue a ver la creación de Shostakovich al teatro, no le gustó, se paró y se fue. Días después, el propio Stalin habría escrito la dura crítica que publicó el diario Pravda: “Esnobismo antipopular y pornofonía, embrollo en vez de música”. La ópera no volvió a ser representada por 26 años.
Shostakovich no se animó a estrenar su Cuarta Sinfonía por temor a que resultara demasiado angustiante y se reconcilió con el Sindicato de Compositores, que había dictaminado que su música era “contraria al pueblo” recién con su Quinta Sinfonía, titulada La respuesta práctica de un artista soviético a una crítica justa. Aun así se lo calificó de tener “un optimismo de índole pesimista”.
Las metáforas sobre el sufrimiento que transmitía su música se alinearon con las necesidades de Stalin cuando las tropas de Hitler sitiaron Leningrado, la ciudad natal de Shostakovich, y allí escribe y estrena su bellísima Séptima Sinfonía: Leningrado, que rápidamente se convirtió en un símbolo mundial de la resistencia al nazismo. Pero su octava sinfonía, estrenada cuando aún no había concluido la guerra, fue declarada “antisoviética y contrarrevolucionaria”.
Cuando los nazis habían sido vencidos y Joseph Stalin esperaba –esta vez sí–  un gran homenaje musical de Shostakovich a su victoria, y que compusiera una novena sinfonía apoteósica a la altura de la novena de Beethoven, el autor lo desilusionó con una obra modesta, sin coro ni solistas, e irónica.
El Congreso Nacional de Compositores Soviéticos llamó a “movilizar nuestra fuerzas creativas a favor del socialismo”, echaron a Shostakovich del Conservatorio, lo dejaron sin trabajo y lo citaron en Moscú para que confesara sus crímenes. Debía decir: “Me arrepiento de haber compuesto música contra el pueblo”. Leyó la declaración que le exigieron y agregó: “Pensaba que si expresaba sinceramente mis sentimientos, no podría ir contra el pueblo”.
Luego, escribió las bandas sonoras de las películas soviéticas que glorificaban a Stalin y, tras la muerte del dictador, estrenó la Décima Sinfonía, cuyo segundo acto sería un fiel retrato de Stalin: “Música brutal e implacable”.  En 1975, Shostakovich muere de cáncer de pulmón, y aún hoy los rusos más melómanos y estudiosos de la política de todo el mundo discuten sobre si fue o no un disidente clandestino dentro de la ex URSS, y se consideran apócrifas sus más difundidas memorias, escritas por Solomon Volkov.
 Son incomparables los ejemplos de Shostakovich y Capusotto, la tiranía soviética con la democracia argentina actual y la Segunda Guerra con las decenas de miles de muertos de los 70 en este país. Pero en la Rusia de hoy se satiriza al Congreso de Compositores Soviéticos que condenó a Shostakovich, con representaciones similares a las de Bombita. Cantantes caracterizados grotescamente a la moda soviética cantan la popular canción floclórica Suliko, pero con letra cambiada, parodiando aquellos años y, ambivalentemente, haciendo descostillar de risa a los espectadores, para luego preguntarse: “¿De qué me río?”
Pasado mañana regresa a Canal 7 Peter Capusotto y sus videos, que dejó de emitirse en julio por las Olimpíadas. Los videos de Bombita Rodríguez, que son los más visitado de la Argentina en You Tube, no estarán en este primer programa, pero sí habría más entregas en los próximos. Antes de que las Olimpíadas impusieran un interregno, ya se había reducido la participación estelar de Bombita Rodríguez en el programa de Capusotto, dando más espacio a otras creaciones que evocan a personajes posteriores a los 70. Previamente, brilló un contrapersonaje de Bombita: Cecilio, un Sandro fascista que cantaba “Rojo, rojo”. Y hubo otro con similar posicionamiento ideológico: Micky Vainilla, un Charly García cheto y clasista.
Algunos “traductores” de Capusotto interpretaron que se trató de una compensación “para que no sólo los progres recibieran palos”. También se podría interpretar que tanto el Palito montonero como el Sandro fascista son parte de la misma mirada sarcástica sobre la excesiva ideologización del kirchnerismo, al cual ya había calificado de “menemismo con derechos humanos”