Saber hacia dónde se dirige la Argentina y cuánto tiempo llevará el viaje son dos preguntas que la lógica no permite que se formulen en simultáneo.
Rumbos. Nadie sabe a ciencia cierta hacia dónde va el país, pero sí hay necesidad de saber cuándo llegará un país mejor, más justo, donde sus habitantes puedan disfrutar del “buen vivir”. Pero como dice el viejo refrán atribuido a Séneca “ningún viento es favorable para quien no sabe a qué puerto se encamina”. La falta de respuesta objetiva y subjetiva genera ansiedad y/o desencanto. La campaña electoral, que es precisamente el dispositivo que tienen las democracias para debatir proyectos de país, esquivó con gracia la discusión. La única síntesis es que hay dos fuerzas enfrentadas con dos proyectos antinómicos.
Argentina tuvo tres acontecimientos fundantes en los últimos cuarenta años: la derrota militar en islas Malvinas, la salida adelantada de Raúl Alfonsín con los saqueos e hiperinflación que perduraron hasta entrado el gobierno de Carlos Menem, y la caída de Fernando de la Rúa en los conocidos episodios de finales de 2001. El primer acontecimiento borró del mapa político al gran actor del siglo XX: los militares, y habilitó una apertura democrática sin los condicionamientos de Chile, Uruguay y Brasil. La caída de Alfonsín eliminó el sueño de un Estado de Bienestar de cuño socialdemócrata y permitió las privatizaciones y desregulaciones que hicieron a Menem el mejor alumno del Consenso de Washington.
Loop-2001. A pesar que de este año se cumplen veinte de los acontecimientos del 2001 las consecuencias no son cristalinas, pero se puede simplificar en la emergencia de dos fuerzas políticas muy novedosas, el kirchnerismo que encuentra en sujeto político vacante en el “nuevo pobre”, silencioso emergente de la década menemista, y el macrismo que se abraza tímidamente a ideas de derecha liberal, pero con políticas aristocratizantes y conservadoras que terminaron cuando la clase media, como gran perjudicada, le dio la espalda.
Sin embargo, hoy sacrosanto día electoral, y por lo tanto sin necesidad de entrar en cálculos electorales, estas fuerzas políticas principales parecen empantanadas en un empate. El nuevo problema es que otro sector de la sociedad de fronteras porosas e indeterminadas ve a esta “convivencia” como un beneficio de inventario apropiado de la clase dirigente, y la pasa a observar como la enemiga a vencer. Un 2001 en nuevos términos. Por eso es que se percibe en un horizonte no muy lejano una tormenta que podría poner en peligro la democracia.
Para que el viento cambie es imprescindible plantear algún horizonte de posibilidades, pero para esto se debe compartir algún diagnóstico, y aceptar que puede tener falencias y errores, pero encontrar comunes denominadores. Si esto no ocurre es posible que se esté generando delante de nuestros ojos un cuarto acontecimiento fundante de consecuencias impredecibles.
Siete. Con este ánimo se proponen siete ejes a modo de tesis que permita generar perspectivas en común y salir de las frases reiteradas que fortalecen el equívoco que se perpetúa. Son siete como podrían ser diez o cinco.
1 – No son los funcionarios, no son los gobiernos. Lo que no funciona en Argentina es la formación social capitalista tal como quedó conformada desde mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado.
2 – Los dos núcleos duros de la política argentina (kirchnerismo y macrismo) tienen en su diagnóstico y políticas verdades parciales y a la vez imposibles. Reconocer las imposibilidades, como detener la inflación por decreto, o creer que las inversiones llegarán por razones estéticas, sería un paso adelante.
3 – La Argentina no es una singularidad cuántica, sino un país en un mundo altamente globalizado con flujos financieros de estructuras capilares que funcionan 7x24. Si los impuestos que se pagan son superiores a la media regional, las inversiones se trasladan a lugares con mayores facilidades. Si se desregulan los flujos financieros del capital especulativo, llegan masivamente y se retiran con la misma facilidad, dejando ruinas a su paso. Si los salarios son bajos y la población de escasa preparación solo se puede esperar ser proveedor de materias primas sin valor agregado.
4 – El “modelo” productivo argentino se resume en cuatro fracciones bien distintas y no integradas: a) una agroindustria muy moderna y competitiva en el mercado mundial generadora de divisas, pero no de empleo, b) un industria multinacional formal con pocos jugadores, que terceriza gran parte de su producción e insumos, c) una pequeña y mediana industria (en muchos casos proveedoras de la anterior) que lucha en un mar impositivo y regulatorio y que en parte es formal y en parte informal, y d) y un mundo de talleres, microempresas, trabajadores manuales, etc., que integran la economía informal, lejos de las regulaciones, impuestos o los beneficios laborales. Si el d) no se puede incorporar al mundo formal, es probable que el c) se derrumbe, y el b) se retire.
5 – El Estado se ha vuelto el garante de la paz social (quinta fracción), no en términos de coerción clásica sino reemplazando a la sociedad civil que es quien sostiene con sus impuestos al Estado.
6 – El problema de la Argentina no es económico o técnico, es de carácter eminentemente político. Ni un gobierno formado exclusivamente por economistas podrían proponer un nuevo contrato social.
7 – Es probable que el único acuerdo posible solo pueda ser establecido por quienes lideran las dos fuerzas políticas principales. Cristina Kirchner y Mauricio Macri o su sucesor Horacio Rodríguez Larreta, con la ayuda de algunos sherpas como Sergio Massa o Emilio Monzó.
“Unpopular opinion”. El FMI cambió en algo, si en 2001/2002 proponía que el país se declarara en quiebra y fuera gobernado con una mesa técnica racional-colonizadora, hoy formula una empresa “progresista” casi imposible visto desde este domingo electoral: que el acuerdo por el endeudamiento sea firmado por las principales fuerzas políticas.
*Sociólogo @cfdeangelis