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a una semana de las paso

Bienvenidos al desierto electoral

Fue una campaña sin debate: a los candidatos no les interesa emitir juicios de cosas que no podrán sostener en el tiempo, y no hay audiencia.

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Muchos autores pensaron durante el siglo XX hasta nuestros días las influencias que el ecosistema de medios de comunicación iba generando en las sociedades y su relación con la política.

En busca del espectador perdido. Diversos conceptos buscaron definir los tipos de realidades hipermediatizadas: sociedad del espectáculo (Guy Debord), democracia de audiencia (Bernard Manin), capitalismo espectacular (Giorgio Agamben), sociedad teledirigida (Giovanni Sartori), los medios como reforzadores de opinión (Noam Chomsky), etc.

Sintetizando: si en la polis griega los ciudadanos se reunían para discutir los asuntos públicos (solo hombres libres, no esclavos), hoy la imagen es la de un Homero Simpson sentado en su cómodo sofá, control remoto en mano.

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Esa idea se puede discutir en la actualidad. No pensando que el sujeto, el hombre o mujer de a pie, vuelva a la polis a debatir, sino que esa persona, control remoto en mano, esté sintonizando otra cosa.

Tácticas sin estrategia

Sin ir más lejos, en una encuesta realizada en el AMBA para el proyecto de investigación Ubacyt “Impacto de las industrias creativas en la trama social. Nuevos estilos de vida urbanos y consumos culturales cosmopolitas”, se identificó que el 84,8% mira contenidos en Netflix y el 78,3% lo hace en YouTube.

Una conclusión provisoria es que las audiencias de Manin ya no están ahí para escuchar el mensaje de los y las candidatas electorales.

Miguitas en el camino. Más allá del cambio epocal que significa la algoritmización de la vida cotidiana, Manin, en su libro Los principios del gobierno representativo, deja algunas pistas sobre qué implica la democracia de audiencia, donde muchos elementos se pueden extrapolar a la actual campaña electoral.

Hay que tener en cuenta que el libro de Manin es de 1998, en una época en que internet recién daba sus primeros pasos y las redes sociales mediadas por computadora solamente eran el sueño de algunos genios de la informática, pero algunos puntos que se ven en el cuadro son claves. El primer elemento, “elección de una persona de confianza”, implica que el candidato debe generar empatía, cercanía y familiaridad con el votante, esto se verifica con mayor claridad en ciudades más pequeñas, donde ver y charlar en persona con el político todavía sigue siendo algo valorado, mientras que en las ciudades más grandes e impersonales el vínculo se tramita en lo plenamente simbólico y con valores de clases medias.

Ser conocido para ser candidato: es el punto de partida. Esto sigue explicando el surgimiento de famosos “que se meten en la política”, como si la polis griega se hubiera transformado en una pelopincho.

El cuarto punto, el rol de las imágenes, hoy ha pasado a ser central en la relación entre representado y representante.

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Todos los candidatos saben que la política de la foto ha reemplazado al acto público. Sin embargo, a la imagen le surgió su antagonista dialéctico: el meme, que se constituye en un dispositivo fuera de control para los expertos en medios de comunicación (punto 3). A la imagen controlada, como los candidatos saludando al “pueblo”, le surge su antítesis, que muestra que en ese espacio no había nadie a quien saludar. Los memes (¿ya se puede hablar de “memecracia”?) transforman la imagen en “consumo irónico”, que canaliza la indignación en forma de humor político, ya cancelado de los medios masivos (ya no hay programas cómicos en la televisión argentina).  

Acá claramente la gran pregunta es la importancia que le darán los sufragantes a la foto de Alberto Fernández en motivo del cumpleaños de Fabiola Yañez en la quinta de Olivos en plena pandemia.

Confusiones de invierno. Finalmente, el octavo punto es parcialmente la discusión específica de hoy: cómo capturar al votante flotante, que no está convencido de votar al oficialismo pero que tampoco quiere aportar a la vuelta del primer (y por ahora único) macrismo. Este voto flotante es diferente al indeciso tradicional, con alto nivel informativo e insatisfecho de la oferta. El nuevo flotante está desenganchado y harto de la política, Su primer superpoder es el zapping y el segundo es el smartphone.

En este sentido, se debe observar la frase de la campaña en boca de Victoria Tolosa Paz sobre que “en el peronismo siempre se garchó”. La sentencia no tiene sentido en sí misma, no solo es incomprobable, sino que personifica un movimiento político dotándolo de órganos biológicos. Pero saliendo de las valoraciones puritanas, Tolosa Paz logró su objetivo político más simple: “entrar en la campaña”. Es cierto que el comentario fue arrojado en el marco de una larga entrevista, en un formato de programa de la nueva comicidad política, más cercana a los nuevos influencers que al discurso reflexivo de un Tato Bores.

La frase no fue política (en sus formas tradicionales) pero sus efectos sí lo fueron, movilizó a sus destinatarios (jóvenes flotantes en el sentido más amplio del término) pero también a sus contradestinatarios: obligó a Diego Santilli y a María Eugenia Vidal a responder en sus términos.

Luego, la expresión, que se recordará en el tiempo, remarca que la sexualidad se ha transformado en un problema de Estado: la biopolítica en su máximo desarrollo.

Esto también pasará. Un elemento fáctico de esta campaña electoral es que no hubo debate (punto 8). Se puede decir con cordura que las primarias ordenan candidaturas dentro de los frentes, pero tampoco hubo demanda de que se hicieran.

A los candidatos no les interesa emitir juicios de cosas que no podrán sostener en el tiempo, y la audiencia está más pendiente de los pormenores de un concurso de cantantes que de escuchar lo que tiene para decir la dirigencia política.

Es lo que hay. ¿Podría ser de otra forma?

 

*Sociólogo (@cfdeangelis).