La vida política argentina de hoy es de baja calidad. Desde hace unas décadas, recurrentemente los gobiernos pierden respaldo en la población y continúan actuando como si eso careciera de importancia. El desempeño del Congreso es deficiente. La vida partidaria casi no existe. Los ciudadanos votan sin sentir que están eligiendo a sus representantes. Las fuerzas políticas no están generando ofertas electoralmente atractivas para la ciudadanía. Los distintos espacios políticos –ya sea que se los defina en términos de ideas (las cuales más bien brillan por su ausencia), ya de tradiciones partidarias– se encuentran sumamente fragmentados, tanto entre ellos como dentro de ellos.
No es fácil encontrar el porqué de esta situación. Algunas de las cosas que están sucediendo en la política en la Argentina son universales; otras no. Esto es, algunos factores plausiblemente tienen que ver con los cambios en la cultura, en la economía y en la base tecnológica de la vida social de nuestro tiempo. Pero eso está lejos de explicar esta pobreza de la política argentina de hoy. Los cambios culturales y tecnológicos ocurren en la Argentina como en todas partes, pero en nuestro país la dirigencia política no se ha adaptado a esos cambios; actúa, o quiere actuar, como si estuviésemos en el mundo de las décadas del 70 del siglo XX o antes; en tanto, la sociedad –como toda sociedad– navega en esas corrientes, modifica hábitos y expectativas y, en consecuencia, se siente cada vez más ajena a esa isla fuera del tiempo que es la vida política.
Una de las características distintivas de la política argentina es la dificultad para formar coaliciones. Eso es así desde hace mucho tiempo. Cuando los partidos políticos eran más fuertes, el sistema funcionaba relativamente bien sin coaliciones. Ahora, casi sin partidos, si no hay coaliciones no hay nada, poco más que proyectos individuales. Las coaliciones son sociedades políticas, grupos que encaran proyectos distintos y deciden sumar fuerzas y recursos para obtener mejores resultados para todos. Una coalición no es lo mismo que cooptar a dirigentes de otros grupos políticos. En la cultura argentina hay más experiencia en cooptaciones que en formar coaliciones.
La última coalición fracasada es la transversalidad de Kirchner, que incorporó a muchos dirigentes radicales y a otros de distintas corrientes. Fracasó porque la visión de Kirchner no era la de una coalición, era la de una cooptación, donde la capacidad de decisión y la orientación del proyecto político seguían en sus manos sin habilitar a los aliados como socios. Años atrás, fracasó la Alianza, la coalición que había llevado al Ejecutivo a De la Rúa-Alvarez. Para muchos analistas, la ruptura de esa coalición marcó el principio del fin del gobierno de De la Rúa. En el pasado, fracasaron otras coaliciones, muchas veces con lamentables consecuencias. Su incapacidad de ceder algo para sumar más los llevó al fracaso.
La misma dificultad se experimenta dentro de los partidos políticos. De hecho, los partidos son ellos mismos coaliciones: articulan corrientes internas que se diferencian en las ideas, en algunas preferencias, a veces también en los sectores sociales que sus distintos dirigentes buscan representar. Cuanto mayor es la capacidad de articulación de los partidos, tanta mayor es su potencialidad para obtener votos. Si esto es así, es una explicación de por qué los eventuales candidatos que hoy se autoproclaman en la política de nuestro país tienen pocos votos –incluido el gobierno nacional–.
Durante la última década, los partidos sufrieron un proceso de desmembramiento por la incapacidad de sus dirigentes para tolerar la diversidad interna. Todavía hoy se ven en la UCR –el único partido que realmente existe como tal en el orden nacional– las resistencias que produce en muchos de sus miembros la perspectiva de restablecer una coalición interna para fortalecer al partido ante la ciudadanía.
En la Argentina la idea de un gobierno de coalición tiende a producir espanto. La idea misma tiene mala prensa; mucha gente asocia ese concepto a un inevitable fracaso en el gobierno. Pero a quienes más parece espantar es a los dirigentes políticos. Ahora bien, si un gobierno no dispone de la mitad de los votos y, sobre todo, de la mitad de las bancas en el Congreso más una, y no está dispuesto a formar una coalición, al menos parlamentaria, para poder gobernar, ¿cómo puede hacerlo? Puede intentar hacerlo “a la argentina”, ignorando la realidad y ciego y sordo a toda señal proveniente de ella. Los resultados están a la vista: alta inestabilidad política, gobiernos que frecuentemente no concluyen sus mandatos, una nación de pésimo desempeño comparada con otras naciones del mundo.
*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.