Dos temas relativos a la situación política que estamos atravesando.
El primero tiene que ver con el cuerpo. Mi columna del 29 de junio de 2009, en este mismo diario, se llamaba Una elección sin cuerpos políticos. Decía allí, a propósito de los candidatos que participaban ese año en la campaña electoral de las elecciones legislativas, que un cuerpo político “es esa materialidad visual donde, por un breve período (la campaña electoral), el tiempo individual de la biografía se entreteje con el tiempo social de las instituciones políticas, los signos de una identidad personal con las marcas de un discurso articulado a los mecanismos básicos del poder legítimo”. Mi texto argüía que, en aquella campaña, no había cuerpos políticos. Esos cuerpos no eran políticos, porque “al ser captados por las cámaras no producían ninguna operación que los articulara con la institucionalidad del Estado, no había discusión de proyectos, no nos explicaban qué sociedad argentina futura imaginaban”.
En el caso de la figura presidencial, la materialidad visual del cuerpo está permanentemente presente en los medios y no sólo en los momentos electorales. Bueno, uno de los hechos importantes de estos últimos meses fue justamente la desaparición del cuerpo presidencial, a causa de la enfermedad de Cristina y de los distintos episodios asociados con su estado de salud. Ahora Cristina ha vuelto, y la relación con su cuerpo ha sufrido seguramente cambios, cambios que toda enfermedad importante siempre produce. El abandono del luto es sin duda un indicador en este sentido.
Sin embargo no es nuevo que Cristina busque, en momentos claves, construir un cuerpo a-político; un cuerpo, por decirlo de alguna manera, “más acá” de la función presidencial. Intentos, tal vez, de transmitir el mensaje “yo soy como cualquiera de ustedes”. En la campaña legislativa del 2009, la presidencia produjo un largo programa, transmitido por la cadena nacional, en el cual Cristina dialogaba con Soledad Silveira. Yo lo describí entonces como un esfuerzo por transformar el cuerpo presidencial “en el cuerpo de una señora ciudadana cualquiera, conversando con otra ciudadana cualquiera, en alguna confitería del Barrio Norte a la hora del té, sobre un tema cualquiera”. Esta vez ha aplicado una táctica parecida para marcar su regreso, con el ya famoso video familiar con peluche y perrito.
El segundo tema tiene que ver con el relato kirchnerista. Véase el acto de conmemoración de los treinta años de democracia: en la escena política oficial quedan apenas las sombras de una narración que nunca consiguió configurarse. Nos encontramos entonces con un cuerpo presidencial a-político, en un contexto definitivamente sin relato. Porque el relato no se construye con unos pocos pasos de baile de la Presidenta. No es absurdo pensar que la situación se está convirtiendo, para el gobierno, en una suerte de tragedia en el sentido griego del término. En principio al menos, la tragedia pone en escena la lógica de las pasiones humanas. ¿Es una buena metáfora de lo que estamos viviendo en este momento? Si y no. Sí, en la medida en que la creciente despolitización del comportamiento del gobierno (que el cuerpo de la Presidenta anunció y puso en acto en varias oportunidades) va dejando simplemente al desnudo en el espacio público, a través de las ambiciones y torpezas de unos y otros, la metodología mafiosa imperante, totalmente ajena a los mecanismos institucionales. No, en la medida en que no hay coro o, lo que es lo mismo, hay dos coros contradictorios y previsibles, el de los medios oficialistas y el de los medios opositores: el espacio público está atravesado sin descanso por dos olas discursivas que se anulan recíprocamente y que no generan ninguna visión útil, o motivante, de las pasiones en curso (a este aspecto, me parece, se refería Lanata hace ya varias semanas cuando hablaba de la ruptura).
En la tragedia griega, el coro era un componente fundamental, tal vez el más importante: acompañaba, interrogaba, interpretaba: asumía así una función catártica y de contención. La democracia ateniense tenía muy claro que sin el coro -en el que me atrevo a reconocer una sorprendente figura arcaica de la mediatización de las sociedades modernas- la movilización de las pasiones humanas lleva inevitablemente a la violencia. Los sucesos de estos últimos días nos han obligado a recordarlo.
*Profesor emérito. Universidad de San Andrés.