Por lo visto, el lenguaje de los adolescentes –con su impronta espasmódica de videoclip– no para de sorprendernos. Deberíamos prestarle atención y hacer el esfuerzo de entenderlo. “Ponele”.
Se ha puesto de moda una palabra extraña, ajena en su construcción a la lengua española y, al parecer, de difícil definición: “skere”. La usó primero un cantante estadounidense (Lil Pump) y en la Argentina la difundió luego un cantante de trap (Duki). Deformación de la frase en inglés “Let’s get it” (‘consigámoslo’), “skere” se usa, en general, para indicar algo positivo: “Hoy es viernes. Skere”. Y, cuando se quiere decir que ese algo es muy positivo, se enfatiza la palabra por medio del alargamiento de las vocales: “skereee”.
Lo más interesante del caso, sin embargo, no es la palabra en sí, sino el gesto que la acompaña. En efecto, “skere” se suele pronunciar mientras se apoya el reverso de la mano derecha sobre la frente haciendo cuernitos con dos o tres dedos (¡hay variantes!) y con el pulgar abierto –lo que se ha dado en llamar “modo diablo”–. El ademán viene a significar (más o menos) que quien lo hace está con mucha energía. Es decir, a todo ritmo: “ATR”.
Desde hace décadas se estudia el lenguaje de los gestos. En el capítulo La danza de las manos, del libro ya clásico de Flora Davis, se habla de los emblemas. Los emblemas son los movimientos corporales deliberados que tienen una interpretación preconcebida. Por ejemplo, el movimiento de hacer dedo en la ruta con el pulgar apuntado en una dirección –que se entiende como un pedido de que a uno lo trasladen sin cobrarle– o el gesto de pasarse la mano plana y perpendicular por la garganta, reproduciendo el movimiento de un cuchillo que la corta.
Paul Ekman, el científico que estudió los gestos y asesoró a los realizadores de la serie Lie to me (esa en la que un experto detectaba las mentiras de los acusados por medio del análisis de sus expresiones), observó que hay algunos gestos que son universales, aun cuando tengan variantes particulares relacionadas con la cultura. Tras llevar a cabo su trabajo de campo en Nueva Guinea, este psicólogo destacó, por ejemplo, que el emblema de comer siempre involucra un movimiento de la mano que se lleva algo imaginario a la boca, aunque en Japón incluye la mano contraria ubicada a la altura del mentón como si se sostuviera un plato también imaginario.
Pero hay además emblemas específicos de los distintos lugares. En la Argentina, de hecho, tenemos gestos que nos distinguen: el pulgar y el índice paralelos y horizontales con la mano levantada, lo sabemos, son la señal de que estamos pidiendo un café. Y el índice apuntando a la sien con el pulgar levantado y los demás dedos recogidos –es decir, figurando con la propia mano una pistola– es el emblema para simbolizar un suicidio.
Algunos especialistas sugieren que, en la historia de la humanidad, los gestos constituyen el lenguaje primitivo, previo a la existencia del código hablado. Frente a ellos, se espera de las palabras que tengan significados mucho más precisos e, incluso, más sofisticados. Por eso, la aparición de nuevas palabras con significación borrosa o de gestos muy poco definidos, al menos para los adultos, no puede dejar de resultar perturbadora. “Ahre”.
Sin embargo, nuestro mundo de palabras muy bien definidas desde el intelecto tampoco es un dechado de comunicación. A lo mejor –y esto es una mera conjetura– se avecina un tiempo de definiciones laxas que transmitan más transparentemente las emociones. Con palabras y con gestos, hasta es posible que las personas lleguen a entenderse mucho mejor que en el presente. Y eso, qué quiere que le diga, tendría por fuerza que entusiasmarnos. “Skere”.
“Modo diablo”.
*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.