El pragmatismo económico del Gobierno está descolocando a más de un analista. Los ortodoxos siguen horrorizados con la magnitud del déficit, como único parámetro de racionalidad económica. Se ilusionaron con la baja de la presión fiscal pero no entienden cómo el gasto social sigue creciendo fuertemente. Su única reserva de valor es el Banco Central, que sostiene tasas de interés excesivamente elevadas para frenar la inflación. Poco importan otros determinantes de la dinámica de los precios, pues a sus ojos, la inflación es sólo un fenómeno monetario.
Los otrora kirchneristas también necesitan una brújula. No logran concebir que un gobierno “conservador” aumente los subsidios sociales más de 60%, suba las jubilaciones 40% y lance un plan de reparación histórica que busca saldar la deuda previsional. Se sienten con la autoridad moral de criticar el aumento del endeudamiento como si la emisión monetaria descontrolada no hubiese sido la peor pérdida de soberanía de la “década ganada”. Ahora les preocupa la inflación y el crecimiento de la pobreza, cuando ambos fueron legados de más de 12 años de su gobierno. Tal vez, se sentirían mucho más cómodos con un gobierno como el de la Alianza, que tuvo que pagar los costos de la fiesta menemista con ajuste en un contexto internacional excesivamente adverso.
Debajo de esta discusión con más ideología que fundamento se encuentra el verdadero desafío de los próximos años. Con un tercio de la población en situación de pobreza, la Argentina no es viable sin un Estado que contenga y se ocupe de los que menos tienen. La única salida viable desde un punto de vista social, político y económico es el crecimiento. La respuesta no es bajar el gasto o subir los impuestos, sino aumentar el tamaño de la torta para que la porción que se lleva el Estado se reduzca en términos relativos, pero siga creciendo en términos absolutos. Es por ello que el desafío es volver a la senda del crecimiento sostenido, con la inversión como eje. Esta es la batalla de fondo.
En los últimos cuarenta años, la Argentina sólo tuvo dos períodos en los que la inversión lideró el crecimiento. El primero fue entre 1991 y 1998, durante la convertibilidad; baja inflación, una profunda reforma del Estado que incluyó la privatización de la mayoría de las empresas públicas y un fuerte ingreso de capitales permitieron que la inversión creciera al 16% anual impulsada por equipo durable (+20% anual) y construcción (+10% anual). Con un contexto económico y político diametralmente diferente, el otro gran salto ocurrió entre 2003 y 2011; la inversión creció 15% por año impulsada por equipo durable (+22% anual) y en menor medida construcción (10% anual). La gran diferencia con el salto inversor de los 90 es que fue financiado por un contexto de precios de commodities récord que permitió eludir el crédito externo, gracias al elevado superávit en la cuenta corriente. En otros términos, el boom de inversión durante los 2000 fue financiado con recursos propios generados en el marco de un shock de ingresos positivo para al país.
Como sabemos, ambas experiencias no prosperaron. La primera, porque la estrategia de crecimiento con alta dependencia del crédito externo quedó sin sustento al cambiar el escenario global, con la suba de tasas en los EE.UU. y la crisis de las economías emergentes. La segunda, porque el agotamiento del ciclo de suba de precios de materias primas y el fortalecimiento del dólar dejó al mercado cambiario sin la principal fuente de divisas. En ambos ciclos, los animal spirits inversores se retrajeron, aumentó la volatilidad y el crecimiento se detuvo.
El dato preocupante es que en los últimos cinco años la inversión no creció. Desde el último trimestre de 2011 cuando alcanzó el pico, acumula una caída del 10%. En otros términos, el gobierno de MM aún tiene una importante tarea: no sólo recuperar el terreno perdido, sino lograr un sendero de crecimiento estable que alimente vía oferta doméstica el esperado despegue de la demanda.
Pese a los avances realizados desde el inicio de la nueva gestión para mejorar las expectativas –liberalización del cepo cambiario, acuerdo con los HO y una nutrida agenda pro negocios, entre otros–, lo cierto es que la inversión aún no ha despertado. Durante el primer semestre cayó 4,2% i.a. arrastrada por el desplome de la construcción. Aunque con menor intensidad, la caída habría continuado en el tercer trimestre. Era lógico, la mayoría de los proyectos que se están ejecutando este año se definió a fines del año pasado en un marco de total incertidumbre política.
La Argentina puede aprovechar inteligentemente las ventajas del actual contexto internacional para que la inversión pueda tener un nuevo salto. En primer lugar, el ciclo de elevada liquidez global continuará y con ello el costo de financiamiento para emergentes seguirá siendo bajo. Además, los términos de intercambio –es decir, la relación entre los precios de exportación e importación– se mantienen en niveles muy favorables. En otras palabras, no se vislumbran problemas de financiamiento ni problemas con la balanza de pagos, lo que permite anticipar un horizonte despejado.
Partiendo de esta base y sumado al enorme camino que tiene el Gobierno por recorrer para mejorar la infraestructura, esperamos que la inversión comience a tomar cada vez más fuerza. La Argentina está recibiendo una lluvia de dólares financieros que se canaliza a deuda –nacional y provincial– que está permitiendo moderar los costos del ajuste. A medida que se vaya configurando el nuevo esquema, el desafío es que el capital financiero se vuelque a la inversión productiva, orientándose a sectores con buenas perspectivas, como agro, energía, infraestructura, minería, consumo masivo, bancos y construcción. Está claro también que el operativo seducción no está penetrando en todos los sectores. La industria,
clave en la generación de empleo, está viendo con profunda preocupación el crecimiento de las importaciones, la falta de precisión respecto de la visión oficial sobre el futuro del comercio y las señales de avance hacia el libre mercado con diversas economías desarrolladas. Para ellos, el horizonte dista de estar despejado.
En el balance final, la llave de salida para esta encrucijada es volver a despertar los animal spirits inversores. El Gobierno lo sabe; desde los primeros día de gestión ha apostado a seducir al capital. La pregunta ahora es si el capital está en condiciones de generar el puente de crecimiento que la Argentina necesita para encontrar no sólo la viabilidad económica, sino también social y política que tanto necesita.
*Economista. Socio y director de Analytica.