—Su exaltada imaginación lo arrebata.
—Sigámoslo, que en esto no debemos obedecerle.
—Sí, vamos detrás de él...¿Cuál será el final de este suceso?
—Algo huele mal en el Reino de Dinamarca.
William Shakespeare (1564-1616); de “Hamlet” (1601); escena XI, diálogo entreHoracio y Marcelo .
Las paredes del Londres de 1966 repetían la consigna con fervor místico: “Clapton is God”. Lo era, cada vez que subía al escenario y sonaba con el que fue, seguramente, el mejor trío de la historia: él en guitarra, Jack Bruce en bajo y Ginger Baker en batería. El enorme virtuosismo de cada uno en vivo fue una de las razones por la cual los Beatles decidieron experimentar en los estudios de Apple. Desde 1962, con un estilo diferente, sonaba otro trío con un cantante: The Who. Con una peculiaridad: Pete
Townshend, el compositor, funcionaba como una guitarra rítmica mientras John Entwistle era el solista con su bajo y el corno
inglés y Keith Moon lo mismo, tocando como un pulpo su batería. En vivo eran impresionantes. El genial Jimi Hendrix, protegido de Eric Clapton desde el día que lo vio tocar en Inglaterra, llegaría poco después pero ya no como un power trío sino como solista absoluto, acompañado por una base capaz de seguir su vuelo: Noel Redding en bajo y Mitch Mitchell en batería.
Un par de años después, en Buenos Aires, se armaba un trío sin dioses pero con tres músicos enormes que encontraron la manera de tocar blues en castellano con un asombroso toque nativo. Primero se llamaron
Ricota, un guiño para dejar clara la influencia estética de Cream, pero finalmente fueron el trío Manal: Javier Martínez, batería y canto; Alejandro Medina, bajo y Claudio Gabis, guitarra.
En las paredes de Buenos Aires no hay pintadas que digan “Messi es Dios”, tal vez porque éstos son tiempos de posteos diarios, fugacidad extrema. Pero su papel es ése: ser la deidad futbolera, líder de otro trío que hará historia: Messi-Luis Suárez-Neymar. El primer día del año, la revista francesa L’Equipe los premió como los tres mejores jugadores de 2015. Ganó Messi, claro, Neymar fue segundo y Luis Suárez, tercero. Duro golpe para el ego de Cristiano Ronaldo, de año irregular en un inexpresivo Madrid, cuarto en la lista. Seguramente el Power trío del Barça también ocupará el podio en la ceremonia del Balón de Oro que, nadie lo duda, será para Messi. Será el quinto.
En todos estos años, junto a delanteros del nivel de Eto’o, Ibrahimovic, David Villa o Alexis Sánchez, Messi fue un solista capaz de hacer cosas imposibles, como Hendrix. Junto a Neymar y Luis Suárez es más Clapton. Una primera guitarra asombrosa que se conecta con los otros: Neymar, rápido como los dedos de Bruce en las cuatro cuerdas, y Luis Suárez, pura potencia y tempo perfecto, como Baker. Entre los tres convirtieron 137 de los 180 goles que hizo el Barcelona este año, nada menos que el 76% del total, nuevo récord que superó a los 178 logrados por el Madrid de Ancelotti. Messi hizo 48 en 53 partidos oficiales, Suárez también 48 pero en 57, y Neymar 41 en 53. Como dicen en España, una pasada.
La clave de esta abrumadora efectividad parece ser la empatía personal y futbolera que tienen los tres, tan capaces de participar en el clásico juego de toque barcelonista con Iniesta, como de arrancar vertical, furiosamente en busca del arco contrario.
Luis Suárez es el primer 9 con quien Messi se siente cómodo. Sabe salir a los costados cuando Messi encara hacia el medio, no es egoísta, cabecea bien y en el área es letal. Neymar supo aceptar un segundo plano sin problemas, y eso lo liberó de presiones. Se entiende a las mil maravillas con Messi, se buscan, se asisten. No existen celos entre ellos, ni con los demás jugadores. Todos saben que adelante el Barcelona tiene un arma mortal.
A esta altura no faltará quien plantee la eterna queja: si hace tantos goles allá, ¿por qué no los hace en la Selección? Contestar eso es pura retórica. A esta altura es ridículo pensar en algo que lo inhiba, el peso de la camiseta o llevar la cinta de capitán, aunque está claro que ese liderazgo es simbólico, impuesto por su genialidad, no por su personalidad fuerte. ¿Entonces? Sucede que el Barcelona es una selección mundial y Argentina tiene los jugadores que tiene. Claramente le falta un Iniesta. Di María no es Neymar, ni Agüero, con toda su calidad, tiene la presencia en el área de Suárez.
Tampoco Maradona ganaba solo, aunque sólo con su presencia potenciaba y contagiaba de fervor al resto del equipo. Me niego a compararlos. Es estúpido. Sólo repetiré lo que afirmé muchas veces en esta columna: Maradona era una bandera, Messi es un póster. Una clara diferencia simbólica entre dos genios deslumbrantes.
¿Será un genio Daniel Angelici? ¿Un virtuoso? ¿Un hombre capaz de hacer lo que nadie puede en el mundo? Seré sincero: viéndolo, no parece. Tiene un rostro algo inexpresivo, como Messi, un discurso nada deslumbrante de tono monocorde que suele escamotear las eses finales, algo de papadita y escasa firmeza en un cuerpo acostumbrado a los grandes escritorios. Sin embargo, para Luis Segura, el rey del ticket, presidente de la AFA y aparente candidato en fuga para las próximas elecciones, “Angelici puede ser el Messi del fútbol argentino; sólo se tiene que poner la camiseta y jugar”. Wow.
Emocionado con la cercanía que el mandamás de Boca tiene con el presidente Macri –al que por fortuna o prudencia no parangonó con nadie– Don Luis agregó: “No podemos ignorar la posibilidad que tiene Angelici en el fútbol argentino”. Todavía nadie gritó la vieja consigna ¡Liberación o dependencia!, pero intuyo que poco falta.
Si Angelici es Messi, entonces, muchachos, André Pierre Gignac –selección francesa, ex Olympique de Marsella, actual 9 de Tigres de México–, que festejó la llegada de
2016 tirándose a una pileta desde la azotea, es Charly García. Ay.
Estamos vivos de milagro.