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Sociología como adorno

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Encuentro una frase interesante en Filosofía y sociología, las clases de Theodor W. Adorno de 1960, traducidas por Mariana Dimópulos, editadas por Eterna Cadencia: “Mucha gente joven que se dedica a la sociología lo hace acaso porque ésta –lo sabemos por lo que ocurre en Estados Unidos– es una especialidad prometedora, en pleno desarrollo y en auge, que también satisface a todo tipo profesional de aplicación; al creer que de este modo se adquirirá cierta cantidad de artes y habilidades, si puedo decirlo así, que le proporcionarán más tarde honores académicos, fama, dinero, y si es posible también un puesto estable: todas cosas muy bonitas, cosas que sabe Dios yo no desdeño y ante las cuales sería el último en querer disuadirlos. Pero pensando en semejante formación especializada en la sociología, muchos sociólogos tienden a concebir la consideración filosófica, la reflexión filosófica, como una suerte de estorbo, como una suerte de arenilla esparcida en la maquinaria…”. Como decíamos, estamos en 1960 y en esa frase Adorno toma nota de al menos tres hechos: la íntima relación entre la cultura norteamericana de posguerra y el auge de la “sociología científica”, es decir, el apogeo del funcionalismo –la corriente dominante en la sociología norteamericana de esa época–. Segundo, la discusión que la teoría crítica lleva adelante precisamente con el funcionalismo, la necesidad de salir de ese paradigma y de imbricar sociología con filosofía. Finalmente, en un tono extrañamente coloquial para el habitualmente distante Adorno, el reconocimiento de que el éxito de la sociología abre buenas posibilidades laborales y de estatus (“fama, dinero”), tema –el estatus– también muy presente en la sociología de esos años (sobre el funcionalismo y la sociología norteamericana de los 50 sigo pensando que nada se escribió mejor que Paul L. Lazarsfeld, fondateur d’une multinationale scientifique, de Michel Pollack, publicado en Actes de la Recherche en Sciences Sociales –la revista que dirigía Pierre Bourdieu–, número 25, París, 1979).

Pero la edición alemana de las clases de Adorno, a cargo de Dirk Braunstein –que la publicación de Eterna Cadencia respeta escrupulosamente– incorpora una nota al pie, que se desprende justo de la frase que venimos de transcribir. Leemos. “En sus lecciones del semestre de verano de 1968, Introducción a la Sociología, Adorno calificará, por el contrario, de ‘malas perspectivas laborales para los sociólogos’”. ¿Qué ocurrió en esos ocho años para que Adorno cambiara así de opinión? Adorno señala que “ha disminuido la capacidad de absorción del egresado de sociología en el marco del proceso económico conocido por todos, a saber, la recesión de los años 1967 y 1968”. En sólo ocho años, la utopía del joven sociólogo que puede aunar trabajo académico con investigación de mercado se había evaporado. La sociología ya no era la ciencia del futuro, y su mano de obra se estaba precarizando. Volviendo de la nota al pie al texto central, y de allí hasta el final del libro, no deja de ser conmovedor el esfuerzo de Adorno por convencer a su auditorio de que la sociología sin teoría crítica no es más que mera reproducción de la ideología dominante.

Más de cincuenta años después de esas clases, no sé por qué, se me da por formular una pregunta: ¿existe todavía la sociología?

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