Es difícil caracterizar la década de gobiernos kirchneristas con algún atributo saliente y constante. No hay linealidad en lo sucedido estos diez años, excepto el predominio político del kirchnerismo. Gran parte de las políticas públicas fueron cambiando, sus resultados fueron muy disímiles entre períodos cortos, la respuesta política de la sociedad se movió entre alzas y bajas. El ascenso de Néstor Kirchner a la presidencia fue débil, tanto en cantidad de votos como en el poder del que disponía. En poco tiempo cosechó adhesiones, captó votos y construyó un andamiaje de poder impresionante. Las coaliciones políticas en las que se respaldó han ido mutando con los años. Las consecuencias han sido extremadamente disímiles.
Ese perfil tan fluctuante de esta década contrasta con las anteriores. El ciclo de Alfonsín trazó algo así como una hipérbole matemática: empezó bien, fue en ascenso y terminó mal. El ciclo de Menem –exactamente diez años– fue muy estable hasta el final, en que se cayó. El ciclo K es como una montaña rusa. Alfonsín gobernó –mientras pudo– sostenido en una coalición de votos de clase media y de clase media alta. Menem ganó con una coalición de votos de clase baja y clase alta. Kirchner empezó con votos de clase media y una coalición política que llamó “transversal”, que expresaba la heterogeneidad de esos votos; pero debió virar hacia los votos de abajo. Y Cristina terminó basando su respaldo en una coalición de votos de abajo y de clase media, que fácilmente se tornan esquivos.
El panorama hoy es el de una sociedad que vuelve a sentirse pesimista y desalentada, y que a la vez tiende a aferrarse a su gobierno, como si no estuviese preparada para tomar demasiados riesgos. Cuando asumió Néstor Kirchner, la situación era la opuesta: la sociedad era optimista, pero dudaba ante las opciones políticas disponibles.
Kirchner asumió la presidencia en un país que salía de una crisis devastadora, sumida en el riesgo de la ingobernabilidad. Heredó de Eduardo Duhalde un vicepresidente y un ministro de Economía que despertaban confianza en la población, con una economía recuperándose. Ayudó mucho a esa recuperación el stock de capital invertido durante la década anterior –algo que hoy falta– y un ciclo de precios mundiales muy favorable a la Argentina –que continúa existiendo pero es poco aprovechado–. También ayudó mucho la solución hallada para el problema de la deuda argentina –igualmente desaprovechada porque el país hoy no accede al crédito internacional–. Y la reactivación del mercado interno –destruido durante la crisis– con fuertes transferencias de recursos a los segmentos más pobres de la sociedad –que obtuvo resultados– y el subsidio a los servicios públicos –que contribuyó a la rápida obsolescencia de los mismos–.
Algunos enfoques de la política de los gobiernos K han sido constantes: su política científica –con el ministro más estable del gabinete durante la década–, su foco en los derechos humanos, su vocación confrontativa, que ha producido una constante división de la sociedad. Otros enfoques fueron cambiando con los años, siendo el más notorio el manejo del problema de la inflación, que fue mutando de un objetivo firmemente sostenido –una inflación inferior a dos dígitos– a una ingenua e ineficaz negación del problema unida a una política monetaria inflacionaria.
Durante la década, algunos problemas ya existentes se mantuvieron o agravaron: la deficiente calidad de la educación (atacada, sin resultados, con más presupuesto pero no con mejores políticas), la pobreza estructural (abordada con paliativos, no con un enfoque de fondo), el transporte público, la baja competitividad de la economía, el descuido del medio ambiente. Otros problemas que estaban en vías de mejoría entraron en una fase declinante: la energía, la infraestructura vial, la salud. En el plano internacional, los esfuerzos de décadas anteriores para recuperar algo de la bajísima credibilidad de la Argentina en el mundo fueron desaprovechados y el país ha vuelto a ser poco confiable e irrelevante.
La sociedad no muestra consenso en su valoración de esta década. Una parte la ve con buenos ojos y siente que las cosas han mejorado. Otra la juzga negativamente. Y una tercera tiene sentimientos mezclados. Aquí aparece otro rasgo característico de la Argentina de la década K: el sistema político se desorganizó y perdió capacidad representativa, la oferta política se disoció de las expectativas de gran parte de la población. Somos una sociedad con gobierno pero sin dirigentes. Este no es un legado de los gobiernos K, pero el problema se agudizó durante esta década.
*Sociólogo.