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Sucedió en la FED

Una editora me invitó a la presentación de la última novela de un escritor-amigo a cargo de otro escritor-amigo.

Feria de Editores
"Creo que hay muchos más lectores y lectoras dando vueltas, depende si hacemos bien nuestro trabajo", asegura Víctor Malumián, uno de los organizadores de la Feria de Editores. Foto: Gentileza Feria de Editores | Gentileza Feria de Editores

Pasé un fin de semana intenso en la Feria de Editores. El viernes, llegué al Espacio Konex y había un gentío. La mayoría de los editores estaban contentos, casi eufóricos: la concurrencia era superior a la del año pasado y también las ventas. Me encontré con varios conocidos. Los escritores también van a la FED, claro que muchos escritores son también editores porque la cultura es un pañuelo.

Al llegar uno se encontraba con un enorme patio y un local en el que expendía cerveza en vasos de plástico. Más atrás estaban los pequeños puestos de casi todas las editoriales independientes, responsables de la circulación de la literatura en nuestro país. El primer stand por el que pasé quedaba justo a la entrada y, como ese día soplaba un viento helado, temí por la salud de los expositores. Había hecho apenas unos metros por la primera calle y me encontré con un editor chileno, que me dijo que había estando hablando de mí con una editora argentina. ¿Bien o mal?, le pregunté. Bien, me dijo, pero después me confesó que era mal. La editora es muy agradable, pero yo había criticado una traducción de su sello y se enojó un poco. En estos años de reseñista aprendí que las novelas se pueden criticar, pero que las traducciones son sagradas. Luego me encontré con una escritora-editora, con la que nos hicimos amigos de tanto compartir ferias, que me contó que su nueva novela va a salir en Israel, traducida al hebreo antes que en castellano gracias al librero-editor loco argentino-israelí que publica autores latinoamericanos como un conejo. Al lado del editor chileno y de la editora enojada se ubicaba una de las editoriales más extrañas: sus libros tienen el mismo diseño, la misma tipografía y, lo que es sorprendente, la misma cantidad de páginas, porque el editor-filósofo encarga textos de la misma longitud. Otra rareza era la de un escritor-editor que publica cuentos. Alguien preguntará qué tiene eso de raro, pero es que los publica y vende de a uno, como los cigarrillos en tiempos de crisis.

Para desmentir que solo tengo enemigos me encontré con una escritora cuya primera novela reseñé hace algún tiempo; me saludó muy efusivamente y se sacó una selfie conmigo. Otra escritora, que vive en el extranjero, me dijo que mi lectura de su novela había sido de las más acertadas. La escritora me presentó a su marido-escritor. Hablamos de su último libro y me dijo que lo pidiera en el stand de la editorial. Fui al stand, pero uno de los dueños se negó rotundamente a entregármelo. Inmediatamente, un escritor-antropólogo, que acaba de publicar su primera novela, me corrió para dármela porque quería que la leyera. Mientras hablaba con él, me corrió un editor-librero, enojado porque yo había hablado bien de la escritora que consideraba acertada mi lectura. Luego, otro amigo escritor-editor me contó que una escritora sospecha que su última novela está siendo ocultada por libreros que disienten con sus ideas políticas. Una editora me invitó a la presentación de la última novela de un escritor-amigo a cargo de otro escritor-amigo. Ambos vienen de publicar novelas, pero no me puedo acordar quién presentaba a quién. De todos modos eso era el sábado y a esa hora suelo ir a tomar vino a la Cueva de Musu. Después pasaron muchas cosas más, pero no me queda espacio para narrarlas.