En los últimos meses venimos experimentando y observando una ola de escándalos políticos que parecen no tener freno. Una breve e incompleta lista consta de la bochornosa elección en Tucumán, las denuncias de los Lanatta sobre la presunta participación de Aníbal Fernández en actividades de narcotráfico en medio de la campaña electoral por la provincia de Buenos Aires, la caída en desgracia de Lázaro Báez y sus multimillonarias propiedades, el procesamiento de Cristina Kirchner, los Panamá Papers y el flagrante hecho de usar un convento como aguantadero de dinero mal habido por parte de José López. Se han escrito ríos de tinta sobre estos temas, pero muy poco sobre el hecho mismo del escándalo como fenómeno frecuente.
Ahora bien, ¿cómo se configura un escándalo? Hace unos años el sociólogo inglés John B. Thompson sistematizó el estudio de los escándalos políticos. Para Thompson un escándalo, en términos generales, se refiere a las acciones o eventos que implican ciertos tipos de transgresiones que se hacen conocer frente a otros y que son lo suficientemente serias como para provocar una respuesta pública.
El escándalo tiene cinco características: 1) su ocurrencia o existencia implica la transgresión de ciertos valores, normas o códigos morales; 2) su ocurrencia o existencia implica un elemento secreto u ocultación, pero los individuos que no están involucrados directamente (los “no participantes”) los conocen o creen fuertemente que éstos existen; 3) algunos no participantes no aprueban las acciones o eventos y pueden ofenderse por la transgresión; 4) algunos no participantes expresan su desaprobación denunciando públicamente las acciones o eventos, y 5) la divulgación y condena de las acciones o eventos pueden dañar la reputación de los individuos responsables de ellos.
Ahora bien, ¿qué son específicamente los escándalos políticos? Thompson los define como luchas por el poder simbólico en el campo político en las cuales la reputación y la confianza están en juego. Los individuos que actúan dentro del campo político dependen del uso del poder simbólico para persuadir e influir a los demás y moldear el curso de los hechos. Y su capacidad para ejercer ese poder depende, entre muchas cosas, del capital simbólico del cual disponen, es decir, del prestigio, la reputación y el respeto acumulados. El poder simbólico es la capacidad para intervenir en el curso de los hechos, para influir sobre las acciones y creencias de los otros y de hecho crear eventos, por medio de la producción y transmisión de formas simbólicas. Por su parte, el campo político es la esfera de acción e interacción que pesa sobre la adquisición y el ejercicio del poder político mediante el uso del poder simbólico entre otras cosas. El escándalo político amenaza con vaciar el capital simbólico del cual depende el ejercicio del poder político.
La reputación tiene como característica que tarda mucho tiempo en acumularse; lo políticos invierten una gran cantidad de esfuerzo durante un periodo muy largo para construir una buena y estable reputación. Pero también es un recurso muy frágil que puede ser desvirtuado con rapidez y comprehensivamente. Como recurso, si se vacía de manera sustancial, puede ser muy difícil de restaurar. Los escándalos son potenciales vaciadores de reputación. Tienen la capacidad de vaciar la reputación muy rápida e integralmente, y una vez dañada puede resultar muy difícil de restaurar. Además, los escándalos pueden llegar a definir la reputación de un individuo de maneras que oscurecen otras características de ella. ¿Quién recuerda las obras públicas que realizó José López?
Efectos. Los escándalos pueden generar consecuencias de largo plazo para el carácter de las relaciones sociales e instituciones y las formas de confianza que las sostienen. La confianza también puede ser vista como un recurso. Una falta continua y profunda de confianza puede tener consecuencias contraproducentes que pueden llevar a una desconfianza general en el gobierno sin importar quiénes son los individuos en particular que ocupan los puestos de poder en un momento específico. Puede llegar hasta la situación extrema de que los ciudadanos se alejen del proceso político y una falta de inclinación hacia el voto.
¿Por qué siguen teniendo tanta cobertura los escándalos del kirchnerismo cuando hace un semestre que tenemos un gobierno nuevo? Porque en realidad de lo que se está hablando es del grado de institucionalización heredado que existió en más de una década de democracia argentina. Se desmantelaron todos los mecanismos para investigar los supuestos casos de mal desempeño (Oficina Anticorrupción, UIF, etc.). Para proteger los sistemas políticos de los abusos del poder y otros malos usos de la función pública, así como también para restaurar la confianza pública frente a divulgaciones y alegaciones dañinas, es esencial asegurarse de que existan mecanismos fuertes y efectivos para investigar las alegaciones e implementar recomendaciones. Para este fin sería recomendable un sistema que esté separado de los intereses partidarios. Además, el kirchnerismo era un gobierno cerrado y sesgado en relación con la información pública; esto les permitía a los funcionarios K perseguir sus objetivos sin tener que justificar sus acciones. El secreto crea un velo para el abuso del poder y tiende a incrementar un clima de sospecha y traición.
El secreto tiende a alimentar escándalos. No hubo códigos de conducta explícitos ni registros públicos en los cuales se requiere a los políticos reducir el ámbito de
vaguedad y ambigüedad donde los intereses privados de los políticos se superponen con los deberes y las responsabilidades públicas. Hay que prestar atención si estas características comienzan a cambiar con el nuevo gobierno. En cualquier caso, los medios junto a líderes de opinión de la sociedad deberían intentar que los escándalos ayuden a estimular debates importantes acerca de la conducta y la responsabilidad de aquellos que ejercen el poder.
*Politólogo (@martinkunik).