¿Es una novela, es un testimonio, es una autobiografía? ¿Qué es, cómo leer, cómo abordar Un final feliz? Relato sobre un análisis, éste libro póstumo de la periodista, fotógrafa y escritora Gabriela Liffschitz (1963-2004), que ella no llegó a ver nunca publicado? Presa de una angustia existencial, Liffschitz llega un buen día, por consejo de un amigo, al consultorio del reconocido psicoanalista lacaniano Jorge Chamorro. Luego de años de análisis freudiano, descubre un universo de sentido completamente desconocido. Y en algún momento del tratamiento, luego de fantasear con dos amigas (a las que ella misma recomendó que se analizaran con Chamorro, cosa que hicieron) acerca de escribir un guión para una serie televisiva con sus propias experiencias de consultorio, ya cerca del fin de su análisis, decide contarlo desde adentro. Sus cavilaciones, sus sufrimientos, la historia de sus fantasmas, y también, de su enfermedad (Liffschitz sufrió un cáncer de mama con metástasis, e hizo de su mastectomía el centro de su obra fotográfica, posando desnuda y mutilada para sí misma y para los otros, cuando expuso su trabajo en el Centro Cultural Recoleta, en noviembre de 2000).
El relato de este libro comienza cuando baja las escaleras, luego de la última sesión con Chamorro. Luego vuelve atrás, y se expande a lo largo de todo el tratamiento psicoanalítico. Y el final la sorprende nuevamente bajando esos escalones, dando por terminado su análisis. Visto de esta manera, con su estructura circular y su prosa que coquetea con lo literario, Un final feliz podría leerse como una nouvelle, o como una serie de relatos disparados por la experiencia biográfica de la autora. La propia Liffschitz declara, en su nota al libro: “Supongo que lo más importante es decir que primero yo soy escritora y entonces esto es una narración y sólo en segunda instancia este relato se ubica en la serie de los testimonios de un análisis”. Pero más adelante agrega: “Acá hay una intención de hacer la escritura y la lectura entretenidas y una serie de desenlaces propios de un relato que, sin embargo, no aspira a ser una novela”.
El prólogo de Paola Cortés Rocca es, en este sentido, muy oportuno. La ensayista dice que éste relato no se ofrece a ser leído como ficción: “Es uno de esos textos en los que se da una máxima proximidad entre lo dicho y el decir que, como relato autobiográfico o testimonial, participa de esos pactos que proponen las escrituras de la subjetividad (...) Al igual que todas las escrituras del Yo, el relato sobre un análisis participa de ese jugueteo con la referencialidad que funda la fotografía”. Y habla de “prácticas diaspóricas”, que cuestionan el límite entre escritura y experiencia, entre el arte y la vida. A la mitad del libro, Liffschitz escribe: “La historia personal es algo que uno tiene demasiado cocinado, un relato de memoria que funciona como obturador, como un corcho. A veces es necesario arremeter contra él para que algo salga”. ¿Entonces, en qué quedamos? Volvamos al principio: ¿cómo leer este libro breve, íntimo, por momentos incómodo? Quizás, como el primero de una serie que ocupa a la producción escritural actual: como el involuntario mascarón de proa del llamado “vuelco autobiográfico” de la literatura argentina contemporánea.