Ignoro si existe un estudio de las contratapas como género, pero siempre me parecieron los textos más difíciles de escribir. Tienen algo previsible que también suelen tener las presentaciones de libros que –al igual que los casamientos de la clase media– ya están formateados. Una contratapa dura menos que un prólogo pero más que un haiku. Y por lo general –firmada o no– suele ser una forma de convencer rápidamente al lector de la lectura indispensable del libro que tiene entre manos.
Recuerdo dos contratapas notables que me conmovieron, cosa que no suele pasarme cuando las leo. La primera la leí cerca de los once años (el tiempo es una fábula, el espacio no) sentado en el subte de la línea E que unía mi casa con la de un maestro de mi primaria, clave para mí, que me prestaba libros. Era la contratapa de Rayuela y la puedo recitar de memoria: “En Rayuela, libro absolutamente nuevo, contranovela, exasperada denuncia de la inautenticidad de la vida humana…”. Era una contratapa que prometía un mundo nuevo, la posibilidad de convertirte en un genio prematuro si lograbas entrar en el libro. A la fecha, me gusta más esa contratapa que el libro. El texto no estaba firmado.
La segunda contratapa que me conmovió fue la que se escribió a sí mismo César Aira para su novela Ema, la cautiva, que publicó la Editorial de Belgrano. Esta colección les pedía a los escritores que escribieran ellos el dichoso texto. Muchos naufragaban en la pedantería cósmica. Aira no. Después de explicarnos que una contratapa es una tapa en contra, utilizó la suya para explicar su programa de escritura: “Durante varias semanas me distraje. Sudé un poco. Me reí. Y al terminar resultó que Ema, mi pequeña yo mismo, había creado para mí una pasión nueva, la pasión por la que pueden cambiarse todas las otras como el dinero se cambia por todas las cosas: la indiferencia. ¿Qué más pedir?”.
Ahora se acaba de publicar Copacabana Palace, un nuevo libro de poemas de Ulises Conti, por editorial Mansalva. Francisco Garamona –poeta, editor, músico, performer, ser humano– le escribió una contratapa muy buena. Empieza haciendo los deberes: “Los poemas de Conti son micronovelas habitadas por mujeres, gánsteres, autos deportivos, robots esperando el fin del mundo…”, y cuando ya uno espera un texto convencional, da un golpe de timón mortal: “Ayer pensé que el miedo es un nuevo fanatismo frente a la imposibilidad de amar y hoy lo sigo pensando y lo reafirmo mientras leo estos poemas”. El libro lo merece.