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Teoría del enfrascamiento

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Los bebés tienen la bendición de no tener personalidad, son pura esencia. El cráneo todavía no se les cerró y sus primeros días los pasan tomando leche, sufriendo cólicos, excretando y durmiendo. Los sueños de los bebés son haikus y el tiempo que duran hacen la felicidad de los padres cansados por los cuidados intensivos del nuevo miembro de la familia. Hace muchos años, en una galaxia muy lejana, no existían los pañales descartables, así que uno imagina que la tarea de limpiar y orear esos trapos debe haber sido titánica. “Los poníamos en el inodoro, mientras los sosteníamos apretábamos la cadena”, me dice una abuela indignada. Ya pasó. En el futuro, suelo pensar mientras trato de que mi bebé se duerma de una buena vez, va a existir una pastilla que los induzca al sueño y, a la vez, los alimente. Los bebés dormirán ocho o diez horas inolvidables sin el peligro de la inanición. Pero ahora estamos en la distopía. Y los anaqueles de las librerías están llenos de información de autoayuda para que sepas ser padre primerizo o de trillizos y no te hundas, rápido, en el Lago Marcino. Hoy en día existe toda una literatura llena de gurúes que te señalan el camino largo y ripioso de la paternidad. Formas para dormir al vástago en su cuna, métodos caseros y mágicos para que lo haga largo y tendido –el más delirante que escuché y leí era que había que ponerle la ropa al revés. Sin embargo, ninguno de estos libros habla de la Teoría del Enfrascamiento, por más que busco y busco, nadie la nombra. ¿En qué consiste? Es sencillo: cuando nace un niño, la pareja se convierte en un teatro de operaciones donde la cosa más simple como salir a un bar a tomar un café se convierte en una carrera de obstáculos. Y ni hablemos de limpiar correctamente lo que quedó del cordón umbilical o las exigencias de que todos los que entren a la casa se limpien las manos con alcohol, hablen en voz baja, y usen barbijos. Entonces empieza el enfrascamiento que no siempre es igual ya que está construido con las personalidades de los padres. Hay frascos anchos y grandes, hay frascos como de análisis de excrementos, hay frascos plásticos, donde entra la luz de sol y frascos mal cerrados que se vuelcan en el bolso. Lo que hace una pareja que se está enfrascando es discutir todo el tiempo sin parar ni escucharse, el centro de estas disputas suele ser el bebé, pero a veces ni se lo nombra. Ambos cónyuges toman la tapa del frasco y la giran hacia un mismo lugar –puede ser hacia la derecha o la izquierda, dependiendo de los ideales políticos– hasta que éste quede herméticamente cerrado. Entonces empieza a faltar el aire y los padres y su hijo o hijos, mueren asfixiados salvo que, en un rapto de lucidez, descubran que no están en un cuarto sino adentro de un frasco y desenrosquen la tapa que produce el síndrome, inevitable, de enfrascamiento.