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Termostato popular

Anoche, el calor y los mosquitos insistentes no me dejaron dormir ni cinco minutos. A veces uno se olvida, valga la redundancia, cómo condicionan las condiciones climáticas nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar.

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Anoche, el calor y los mosquitos insistentes no me dejaron dormir ni cinco minutos. A veces uno se olvida, valga la redundancia, cómo condicionan las condiciones climáticas nuestro comportamiento y nuestra forma de pensar. Me acuerdo de una carta de un jesuita del siglo XVIII en Asunción que le escribía a un colega en España explicándole que no se podía enseñar filosofía en esas latitudes porque el pensamiento se empantanaba en el calor y a nadie le interesaba ni la metafísica, ni la ética, ni la moral, ni las disquisiciones sobre el cuerpo y el alma. En el bochorno de la selva, decía el jesuita, no existe el alma, sólo la pesadez del cuerpo atrapado en el barro de este infierno vegetal. A mí, la falta de sueño y el calor me hicieron macerar una columna oscura, retorcida, llena de malos presagios. Incluso el triunfo de Obama me parecía dudoso, de felicidad a corto plazo, con un “Kennedy style” inquietante, demasiado bueno para ser cierto, frágil y acechado por la violencia norteamericana. Pero era mi cuerpo el que opinaba, mi cuerpo enredado en las sábanas de la mala noche y del día incesante y duplicado, que ya venía asomando por la ventana. Entonces me pregunto, cuando escriben periodistas y sociólogos y politólogos, ¿cuánto hay de opinión corporal en su opinión personal? ¿Puede ser que una opinión periodística no solo esté influenciada por los entusiasmos pasajeros de ese día, sino también por el clima, la digestión y las peleas familiares? ¿Como puede existir un yo estable y opinante? La idea de la subjetividad asusta. Somos monos agazapados, envilecidos por las circunstancias, largando nuestros monólogos diarios. ¿Los periodistas del hemisferio norte escriben de otra manera cuando se mudan al trópico? No sabemos quiénes somos hasta que las cosas empiezan a cambiar. Y la gente en general en la Argentina, ¿qué opinará bajo los 40 grados de sensación térmica constante que se vienen en pocos días? ¿Qué pasará esta Navidad? ¿Cómo reaccionarán los cuerpos de los viejos y los nuevos pobres bajo las altas temperaturas de diciembre, con tanta inflación aplastante y aplastada? ¿Quién maneja hoy día el termostato popular? ¿Por qué está Duhalde tan callado otra vez? ¿Está realmente junto a Cobos –como sospecha el kirchnerismo– conspirando junto a banqueros que controlan fondos de las AFJP, para subir el valor del dólar y generar desestabilización? El calor acelera las preguntas, ahoga las respuestas, levanta los humores negros. El calor no es bueno para gobernar.