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Terrorismo de mercado

Los mercados son los hijos deformes del capitalismo productivista y optimista que soñaba con el progreso y felicidad de la humanidad.

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Economista y escritor. Bernard Maris murió asesinado en la revista Charlie Hebdo. | Cedoc Perfil

Existen curiosas coincidencias entre terrorismo y mercados. Ambos tienen militantes fanáticos. Ambos se aferran a un pensamiento único y rígido. Ambos se nutren de creencias convertidas en cuestión de fe. Ambos se esconden en el anonimato. No tienen localización física y comprobable. Ambos desprecian el efecto de sus acciones sobre vidas humanas, porque no las ven como tales. Las cosifican. Para ambos el fin justifica los medios. Los terroristas golpean y huyen. Los mercados especulan, toman sus ganancias, cuanto más rápidas mejor, y desaparecen. Difieren, sin embargo, en que nadie duda sobre la criminalidad de los actos terroristas, ni vacila en condenarlos, mientras la de los mercados se evapora en intrincados análisis, discursos y teorías acerca de su funcionamiento. Otra diferencia es que mientras algunas organizaciones terroristas aspiran o aspiraron, como ISIS, a crear un Estado y fracasan en el intento, los mercados ya gobiernan en la gran mayoría de los estados de Occidente, independientemente de que sean ricos o pobres, desarrollados, emergentes o de frontera.

El economista y periodista francés Bernard Maris era un agudo, consistente y feroz crítico de la tiranía neoliberal de los mercados. Murió asesinado, cruel paradoja, el 7 de enero de 2015, en el atentado terrorista contra la revista Charlie Hebdo, cuya redacción integraba. Había escrito antes un libro titulado Carta abierta a los gurús de la economía que nos toman por imbéciles, una obra de poderosa vigencia en la Argentina del presente, víctima de la mercadofilia ejercida por gobernantes y ministros de discurso rígido, y de predicciones una y otra vez fallidas, y por periodistas y divulgadores funcionales a la patología.

Maris escribió que, como el Espíritu Santo, “el mercado es omnipotente, omnipresente y ubicuo, de sustancia inmanente, causa trascendente que crea el mundo y que tiene todos los atributos de la divinidad, incluido el destino: nadie puede eludir el mercado”. Sacerdotes de esa religión, el ministro Caputo vio poco menos que un milagro en la crisis que llevó al país a postrarse en el altar del FMI, y su colega Dujovne anunció que se seguirá el dogma al pie de la letra: “Saldremos de esta del mismo modo en que entramos”, juró en uno de sus sermones. Albert Einstein definió como neurosis al empeño de repetir los mismos actos esperando obtener resultados diferentes.

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El economista y filósofo Serge Latouche, encabeza desde hace años la crítica a lo que considera un crecimiento ficticio en la sociedad de los mercados. En los hechos, sostiene, empeora la “vida de calidad”, aquella que tiene que ver con el bienestar emocional y espiritual, devastada por el consumismo que corre tras su opuesto, la “calidad de vida”. Conocido ideólogo del decrecimiento, Latouche dice que “la economía es la religión de nuestro tiempo”. Y de allí parte Maris para advertir que “las religiones engendran sectas y fanatismos”. Y apunta que algunas de esas sectas son “peligrosas y convincentes””, como la Escuela de Chicago y su gurú Milton Friedman (1912-2006), que incluso recibió el premio Nobel del Economía.

¿Qué son, en fin, los mercados? Son los hijos deformes de aquel capitalismo productivista y optimista nacido al calor de la Revolución Industrial, que soñaba con el progreso, y acaso la felicidad, de la humanidad a partir de las nuevas técnicas y descubrimientos surgidas en el luminoso siglo XVIII. El capital financiero es hoy caricatura y negación de aquello. El progreso se reduce a ir a los tumbos de una forma de desigualdad a otra, como dice el crítico cultural británico Terry Eagleton. El capital financiero solo produce dinero, todo lo demás sobra y molesta. Con sus desigualdades también provoca argumentos para los fanáticos de enfrente, los terroristas. “¿Su religión es el crecimiento?”, le pregunta Maris en su libro. “¿Siempre más? ¿Más qué?”. ¿Más desigualdad? Es como preguntar a los terroristas: ¿En nombre de su religión más qué? ¿Más violencia? Así son. Diferentes en apariencia, parecidos en los efectos.

*Periodista y escritor.