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Tiempos felices

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Optimismo. Messi en el PSG. Una euforia colectiva que se extendió por Argentina y Francia. | AFP

Apenas dos días después de haberse quedado sin trabajo, Lionel Messi consiguió un nuevo empleo. Menos mal. Es una verdadera suerte, más aún en estos tiempos y para alguien que tiene hijos pequeños y una familia que mantener. Esto produjo una euforia colectiva que se extendió (al menos en Argentina y Francia) más rápido que el coronavirus en general y su variante delta en particular. Titulares de diarios y portales, páginas y más páginas, posteos, alimento para la televisión, que encontró un tema único para llenar horas de vacío en sus pantallas, y en el vacío de tantas vidas. Aunque más no sea por uno de sus connacionales, Argentina volvió a estar, como se supone que es su derecho natural, en las miradas del mundo. ¿Cómo abstenerse de semejante histeria?, ¿cómo señalar su grotesco y obsceno despropósito sin merecer el calificativo de amargo, de antipopular, de antinacional, de candidato el escrache?

Mientras Leo (hay que llamarlo así para considerarlo propio y sentir la suerte de uno mismo atada a la de él) era presentado en la institución donde trabajará, además de futbolista, y por vía no del todo indirecta, en el mejoramiento de la imagen de Qatar, Estado petrolero considerado el país más rico del mundo y acusado en su momento por sus vecinos de Medio Oriente de financiar al sanguinario grupo terrorista Estado Islámico, otras cosas seguían su marcha. En el país, y al calor de la pandemia, la pobreza rozaba el 50%, las muertes por covid-19 se acercaban, sin prisa y sin pausa, a las 110 mil, la ministra de Salud aceptaba, sin necesidad de ningún tipo de harakiri ya que por suerte no estamos en Japón, que si se hubiese vacunado como era debido, y como era responsabilidad del Estado, miles de esas muertes se habrían evitado, las zancadillas internas en el oficialismo y la oposición (conformados por rejuntes a los que se llama frente o coalición según el caso) aumentaban a medida que se acercan las elecciones, se seguían perdiendo fuentes de trabajo, no dejaban de cerrarse pymes. Pero, como escribía el gran William Shakespeare en el primer acto de su obra Ricardo III, en el invierno de nuestro descontento asomaba un sol. Esta vez no se trataba del sol de York como en el drama shakespeariano, sino el del próximo inicio de la Liga Francesa de Fútbol, donde se verá a Messi con la camiseta del PSG. Y la levedad del ser convertirá a los fanáticos argentinos del Barcelona en fogosos e incondicionales hinchas del equipo francés, transformarse de la noche a la mañana en furiosos odiadores del Barça (siempre hay que tener algo o alguien a quien odiar, así se lo haya amado hasta ayer), consumir todo el merchandising producido alrededor de la nueva camiseta y engordar el rating del canal que televise sus partidos y los programas que inventen polémicas alrededor del caso. Hasta es posible que Neymar Jr., el odiado de ayer, sea aceptado ahora en la familia al calor del nuevo empleo de Leo.

En paralelo aparecían los spots que certifican el comienzo de la campaña electoral. En uno de ellos se ve al Presidente que, como si estuviera envuelto en una atmósfera de ácido lisérgico, habla de una asombrosa recuperación económica y de otras maravillas incomprobables para el ciudadano raso mientras termina su breve alocución asegurando (con una cara y un tono de voz que lo contradicen y que probablemente se les escapó a los realizadores del video) que 2022 será un año… “optimista”. En otra de sus alocuciones de campaña Fernández pareció despertar de un largo sueño: “No nos hemos dado cuenta –afirmó–, pero la muerte caminó todo este tiempo alrededor nuestro”. Albricias por la novedad. Quienes perdieron seres queridos, seres cercanos y conocidos lo sabían desde hace mucho tiempo. También quienes fueron, y siguen siendo, largamente privados de vacunas. Y los despojados de trabajo, proyectos y esperanzas hace tiempo que registran esa presencia. Sin embargo, el Presidente va por más. “Me quedan dos años de revancha”, amenazó. No dijo a qué precio para la sociedad. Aunque, claro, se viene un año “optimista”. Messi en el PSG, electoralismo que habla de milagrosos resurgimientos. Vivimos tiempos felices, qué duda cabe.

*Escritor y periodista.

Producción: Silvina Márquez.