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Tiempos papales

Ciclo largo o corto? ¿Se sumerge la Argentina en la placidez aliviadora de una larga meseta de serena continuidad?

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Ciclo largo o corto? ¿Se sumerge la Argentina en la placidez aliviadora de una larga meseta de serena continuidad? ¿O en cualquier momento reaparecerán los tigres furiosos del recurrente espasmo destructivo?
La formalización que tendrá lugar este 10 de diciembre nunca fue más cortical que ahora. Retoques a la corteza, intangibilidad de las esencias: en este esquema, inevitablemente simple, se resume gran parte del misterio kirchnerista, a la hora en que un hombre le entrega los atributos presidenciales a una mujer con la que está casado.
Sin embargo, sería un grosero error aseverar que la dama y el caballero son un mero binomio conyugal, estragado por el contagio homogeneizante que dilapida todos los matrimonios y los pegotea osmóticamente.
Es cierto que toda alianza matrimonial típica suele estar dominada por los arrebatos y las pulsiones proverbiales de la vida emocional (te quiero, te odio, te necesito, te creo, te aborrezco), pero nadie puede imaginar que estas emociones estén ausentes en el caso de los Kirchner. Al fin y al cabo, son seres humanos bastante comunes, padres con hijos, personas atravesadas por la dicha y por el infortunio, al igual que sucede con todos.
Pero hay un rasgo puntual y diferenciado que puede ser el matiz desequilibrante de esta ecuación político-matrimonial y nadie sabe qué valencia verdadera tiene y cuánto puede descompensar el resultado.
Conviene, empero, empezar por el escepticismo o, al menos, por un crudo fatalismo: ¿por qué Cristina funcionaría de modo muy diferente a cómo lo hizo Kirchner? Hablo en términos directos: todo ha funcionado para ellos infinitamente mejor que lo imaginado hasta mayo de 2003. ¿Acaso ella empezará ahora a reunir en consejo a su gabinete ministerial en pleno, y a la vista de los periodistas? ¿Se va a exponer a una conferencia de prensa mensual? ¿Invitará a la Casa Rosada, para conocer sus opiniones, a Elisa Carrió, a Roberto Lavagna, a Alberto Rodríguez Saá, a Pino Solanas? ¿Se limitará a gastar las asignaciones del Presupuesto nacional de acuerdo a lo que autorice el Congreso, sin alterar sus destinos con decisiones ejecutivas? ¿Comenzará a imponer, sin represión ni violencia, pero con energía y decisión, el orden legal, cada vez que cortes, bloqueos, escraches y medidas de ese tipo violenten abiertamente las normas constitucionales en vigencia?
Poco importan los optimismos subjetivos, cargados de ilusoria positividad, así como las negruras metafísicas, ese estado del alma que nos convence de que todo será siempre peor.
Lo que Cristina tiene ahora, y nadie se lo puede quitar, es una posibilidad, una formidable ventana de oportunidad. Ella es la dueña de algo más importante que sus vituperadas carteras Vuitton y sus envidiados Rolex suizos: la presidenta arranca desde el estar, permanece, se hace cargo de una continuación que se capitaliza con los logros de la etapa dirigida por su marido, pero se fertiliza además con las expectativas que, humanamente, suscita todo recambio.
Eso es lo que ella debería ya haber evaluado y es desde ese balance que dispone de naipes fuertes como para avanzar en serio por el camino relatado mediáticamente por su campaña electoral (cambio+continuidad).
Nadie sabe nada, pero conviene albergar expectativas minimalistas. Como lo siniestro siempre anida, no faltan los jugadores importantes del elenco gobernante para quienes es factible sentirse viviendo “tiempos papales”, unos lapsos infinitos e indemnes a las crueles limitaciones del orden democrático.
Hay en este oficialismo que culmina su primer período, la certidumbre de que la dureza agreste de sus procedimientos es un dispositivo irreemplazable. ¿Por qué reclinarse sobre una democracia tranquila y bien humorada, si la crispación y los modos despóticos han dado resultados tan contundentes?
No hay razones para acariciar excesivas esperanzas, pero hasta Cristina Kirchner, que arranca coronada por las siete plagas de la buena fortuna, debería contemplar que siempre puede sobrevenir una tormenta perfecta y ese tipo de eventualidades sólo son verdaderamente superables desde el pleno y efectivo despliegue de los métodos y de los valores de la democracia. Hasta por malicia, sería negocio hacer las cosas bien, o sea de manera muy diferente a como se hicieron hasta ahora en varios frentes.
Tiene por delante un par de ocasiones (simbólicas, sí, pero de poderosa proyección) en sus manos. En un año, el 10 de diciembre de 2008, la Argentina debe celebrar, de manera clara, firme y regocijada, los 25 años de la democracia que le tocó refundar a Raúl Alfonsín. Y casi enseguida, el 25 de mayo de 2010, los dos siglos de la Revolución de Mayo merecen un largo semestre de expresiones ricas, modernas, plurales e intensas, de vitalidad patriótica abarcativa del ancho y matizado espectro nacional. Ese 10 de diciembre y ese 25 de mayo pueden ser la ocasión única de oportunidades históricas.
Triunfadora cabal el 28 de octubre, la presidenta electa debería despertarse cada mañana asumiendo que el 55 por ciento de los argentinos no la votó. Esto no tendría que irritarla, ni agredirla, porque también sabe que el 45 por ciento sí la quiso a ella.
Sólo el mito totalitario alimenta la seducción funesta de la unanimidad, es cierto, pero hay un camino posible que permitiría gobernar, con y para las mayorías (que siempre son circunstanciales), y hacerse cargo también del vibrante existir de quienes no han elegido al que manda.
Es, así, un ciclo nuevo el que arranca, pero con una fuerte carga de inercia y pesada permanencia de lo nuevo. En ese contexto, el Gobierno que encabezará Cristina Kirchner aparece dominado por una tónica latinoamericana fuertemente impregnada del clima de época. Ese clima propicia un Estado con agresiva tónica intervencionista e igualmente aguda suspicacia ante el mercado.
La presidenta consumaría una hazaña democrática si fomentara y ejecutara un salto de calidad, una apertura marcada por reducir la altanería y retornar al diálogo. De nuevo: ¿de dónde sacar las razones creíbles para el optimismo?