El G-20 ha sesionado en Londres y sus integrantes han concluido que deben triplicarse los aportes al FMI, para redoblar sus actividades. Precisamente el FMI, que según economistas de la talla de Anna Schwartz, Melvyn Krauss, Doug Bandow, James Bovard y Gerald O’Driscoll, es responsable de buena parte de los desaguisados financieros que se han venido acumulando.
Salvo las advertencias de Angela Merkel, los gobiernos del G-20 siguen avalando “salvatajes” a empresas y bancos con poder de lobby en detrimento de los contribuyentes que se deben hacer cargo de los platos rotos: no participaron de la fiesta pero deben pagar las cuentas. A través de operaciones en el mercado abierto, la banca central adquiere títulos de la deuda vía emisión monetaria. Esta monetización de la deuda se traducirá en inflación que recaerá sobre la comunidad.
A corto plazo es posible disimular la crisis y colocar la basura bajo la alfombra pero la consiguiente trasferencia coactiva de ingresos creará graves problemas en las actividades y en el empleo a los que les arrancan recursos ya que éstos no vienen del aire.
En vista de que algunos de los que les sacan recursos para los salvatajes tienen depósitos e intereses en bancos y actividades financieras y comerciales, quienes se encuentran en dificultades, a través de la convocatoria de acreedores o sus equivalentes, se facilita que los clientes y depositantes decidan si los ayudan con sus propios patrimonios o si los dejan caer. Lo fértil del sistema abierto y competitivo estriba en que quienes dan en la tecla con las preferencias de los demás incrementan sus ganancias y quienes yerran incurren en quebrantos, pero no es razonable ni moral que se socialicen las pérdidas.
En lugar de reformar el sistema bancario de reserva fraccional manipulado por la “autoridad monetaria”, que hace que todo el sistema navegue en la cuerda floja no bien se modifica la demanda de dinero, los gobiernos del G-20 otorgan préstamos, redescuentos y compras de acciones preferidas de muchos bancos.
La burbuja inmobiliaria debería haber dejado enseñanzas sobre las empecinadas directivas gubernamentales de que Fannie Mae y Freddie Mac reiteradamente otorgaran financiaciones sin las suficientes garantías que aparecían con tasas negativas después de la inflación con lo que el pedido por hipotecas se elevó exponencialmente y consecuentemente los precios aumentaron artificialmente hasta que el sistema sucumbió. Recordemos que el otrora baluarte del mundo libre cuenta con la tasa más alta de los últimos 80 años en la relación gasto público-producto bruto interno, su déficit revela un desorden pavoroso en las cuentas nacionales, el endeudamiento estatal representa el 75% del PBI, el presupuesto federal de 2017 pone de manifiesto que todos los gravámenes no alcanzan siquiera a pagar la seguridad social y se promulgan 75 mil páginas anuales de regulaciones absurdas. Es tragicómico que los partidarios de la banca central y el fine tuning de los tecnócratas sostengan que aquella institución es “para mantener estable el valor de la divisa” cuando en Estados Unidos un dólar de 1913 equivale a cuatro centavos de hoy. Sólo durante los 18 años de Greenspan al frente de la Reserva Federal, según el índice oficial, los precios al consumidor aumentaron un 74%. Sin duda que las medidas de Obama en relación al Guantánamo y políticas vinculadas al debido proceso son aleccionadoras y muy higiénicas. Pero en vez de despegarse de la bochornosa gestión de Bush, por ahora se encamina en su política económica por más de lo mismo.
Tiene mucha razón Cristina de Kirchner cuando sostiene que el G-20 ha significado un espaldarazo a sus ideas y una condena al liberalismo. Retengamos esto para que en la próxima crisis no se diga que es el resultado del capitalismo.
*Doctor en Economía.