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Tigres de papel

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En uno de los capítulos de Terror santo, un interesante tratado teológico-político publicado por Debate y que puede encontrarse a precio de liquidación, Terry Eagleton lee la construcción de naciones y Estados como un proceso de represión y olvido del origen innoble de su constitución. Mafias antiguas, narcotraficantes modernos y arribistas políticos conocen o experimentan en su parcialidad la lógica de esos procesos que, en términos geográficos, crean patrias a través de la expoliación. Eagleton tiene el decoro que yo no tengo para citar autoridades venerables que sostienen su argumento. Según Hume, cita: “Solamente el tiempo confiere solidez al derecho (de los gobernantes); así, operando poco a poco sobre la mente de los hombres, los va reconciliando con la autoridad, haciendo que ésta les parezca justa y razonable”. Luego, según Pascal: “(…) la verdad de la usurpación original; habiendo sido introducida sin razón, ha llegado a ser razonable. Es preciso hacerla ver como auténtica, eterna, y ocultar su origen, si se quiere que no llegue pronto a su fin”.

Dicho de otra manera: el único modo de perpetuación posible, tanto de una creencia como de un Estado o del aparato que se ha apoderado de él, es presentarse como ahistórico y natural. Y tal vez sea eso lo que ha convertido al Gobierno y a Clarín en enemigos mortales. Los integrantes de este gobierno, como los de ningún otro en nuestras falibles y precarias democracias desde Perón, legitiman su accionar por la vía de un mito de origen construido a piacere, y –como los románticos alemanes– la proyectan en una causa lírica que abreva en la fuente de lo sublime y se vuelve estentórea y perpetua, el do sostenido del yo que afirma su existencia en un dios ausente, Néstor. Convertido en partido de oposición, Clarín opone a ese relato la cruda crasa mala praxis oficial que se demuestra en las alharacas a la Lanata, en los argumentos de la persecuta (un paranoico nunca se equivoca, salvo en el tiempo real en que ocurren los hechos). Clarín y el cristinismo son maoístas: sus respectivos esfuerzos se aplican a demostrar que el adversario es un mugriento y mentiroso tigre de papel. Tediosamente, siempre verificamos que uno elige el rival al que busca parecerse, y que las armas empleadas en el enfrentamiento son las mismas: a Elaskar y Fariña por Báez de un lado, Arbizu y la evasión de la Noble por el otro. Clarín, que nació a la voluntad de poder de la mano del primer peronismo (se vuelve necesario citar aquí Apold, el inventor del peronismo, de Silvia Mercado), enfrenta su secuela actual buscando demostrar que el Kirchner-cristinismo no viene de la escuela de Perón, lo que es falso. Hay tantos peronismos como Perones hubo y seguirá habiendo, ya que, como cualquier otro movimiento político, el peronismo se presenta como una teología insuficiente que trama políticas de Estado aspirando a la dignidad de la religión y borrando el barro violento del origen con la apelación a la dignidad trucha de las causas últimas.

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